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Cristina Bayón & Sara Águeda | Crítica

Una actriz bajo la influencia

Sara Águeda y Cristina Bayón en el Alcázar

Sara Águeda y Cristina Bayón en el Alcázar / Actidea

Durante el siglo XVII las actrices cantantes cobraron una enorme relevancia en el teatro español. Siguiendo los pasos de una de las más conocidas, Manuela de Escamilla, las Noches del Alcázar propiciaron este afortunado encuentro entre Cristina Bayón y Sara Águeda. En programa, tonos humanos de Juan Hidalgo (incluidos varios vueltos a lo divino), arpista de la Capilla Real y estrecho colaborador de Calderón de la Barca, con un par de incursiones de José Marín, tenor reconocido en su tiempo, y breves apuntes de danzas y piezas instrumentales. Todo fue dividido en cuatro coherentes bloques y espléndidamente integrado por Bayón en sus acotaciones habladas dentro de la trayectoria de Manuela (sólo eché en falta que se refiriera a los compositores: no llegó a pronunciar el nombre de Hidalgo), una trayectoria profesional y vital que sería muy similar a la de tantas comediantes de su época, mujeres socialmente infamadas por norma, pero admiradas y cortejadas en cortes y palacios y, sobre todo, y atendiendo a los parámetros del tiempo, libres.

La soprano sevillana dio una auténtica lección de prosodia aplicada al canto histórico. Bayón ha sabido construirse un registro homogéneo, sin esos agudos penetrantes (brillantes, sí, pero un tanto hirientes) de sus primeros años y manejarlo con extraordinaria sutileza y elegancia para decir los textos con una claridad superlativa, poniendo los acentos donde corresponde y fraseando con un gusto exquisito. Sobrada de recursos, en algunos tonos sobrevoló el riesgo del énfasis excesivo, con esos silencios alargados de Esperar, sentir, morir, por ejemplo, una sobreinterpretación finalmente evitada por el sentido progresivo que dio a la intensificación expresiva de las repeticiones (magnífica en Ojos pues me desdeñáis) y la capacidad para integrar esos detalles de agógica en el sentido general de cada pieza.

Muy destacado y oportuno resultó el toque teatral que dio a los tonos más alegres y jocosos, Ay, que me río de Amor o ¡Ay que sí, ay que no!, en los que llegó a jugar con ornamentaciones de carácter paródico muy divertidas. Para todo ello contó con la complicidad de una Sara Águeda delicadísima en sus acompañamientos y que se lució también en solitario (desde una Pavana de serena sensualidad a unos Canarios de un swing casi jazzístico). Experimentada en el mundo teatral por sus colaboraciones con importantes compañías españolas de teatro áureo, en la repetición como propina de Ay, que me río de Amor, Águeda mostró que le sobra vis cómica y que tiene una bella y bien modulada voz. Excelente.

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