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ORQUESTA BÉTICA DE CÁMARA | CRÍTICA

Desde Rusia con humor

Irene Ortega, Michael Thomas y la Bética.

Irene Ortega, Michael Thomas y la Bética. / Federico Mantecón

La música rusa y su predilección por recrear y darles nuevas formas a las músicas populares, rusas o de otros países, centraron el programa de este concierto, que tenía el aliciente añadido de presentar a la joven violinisra jerezana Irene Ortega. Un valor a tener muy en cuenta desde ya a la vista de la madurez con la que abordó una obra tan comprometida como el segundo concierto de Prokofiev. Ortega se centró en un sonido punzante y con punto de acidez que le iba muy bien al carácter burlón y hasta grotesco de los movimientos extremos. Resolvió con gran brillantez los complejos pasajes a dos y tres cuerdas, los ataques enérgicos y saltarines y ese discurso pimpante que no deja un momento de descanso hasta llegar al Andante central. En ese momento, el violín se volvió todo dulzura y lirismo en la exposición muy controlada, con vibrato muy suave, del tema lírico que se va desenvolviendo en sus manos con delicadeza y poesía. Para rematar con una espectacular exhibición de virtuosismo y de agilidad en Allegro final. La Meditación de Thaïs fue la propina que pareció reconciliar a la solista con sus sentimientos hacia el familiar fallecido en este mismo día.

Thomas, como es en él habitual, supo establecer en todo el concierto un fraseo lleno de claridad y de transparencia entre las secciones instrumentales, entre las que cabe mencionar las soberbias maderas. Jugó Thomas con los ritmos y hasta con las hemiolias de los aires españoles, recalando de vez en cuando en un fraseo lírico y melancólico.

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