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ÁLVARO CAMPOS JAREÑO | CRÍTICA

Airoso desafío ante la obra de Debussy

Álvaro Campos Jareño

Álvaro Campos Jareño / Guillermo Mendo

Nacido en Brenes y formado inicialmente en el conservatorio sevillano, Álvaro Campos desarrolla su actividad desde hace años en el entorno alemán. A sus treinta años presenta un interesante perfil como intérprete, con una sólida técnica y buenas maneras a la hora de desentrañar la substancia de las obras que interpreta. El hecho de confeccionar un programa con la integral de los preludios de Debussy supone ya una sana ambición artística a la vez que un reto tanto para el pianista como para el oyente. Porque son veinticuatro miniaturas, veinticuatro pequeñas historias que mueren antes de alcanzar desarrollo. Una sucesión de imágenes y sugerencias que se mueven, además, en una reducida gama de dinámicas que exigen del intérprete una gran sutilidad y una gran capacidad de matización del sonido.

En este sentido el recital fue de menos a más, pues empezó el primer libro con una limitada variedad de acentuaciones y un estrecho rango dinámico, lo que se evidenció más en Danseuses de Delphes y en Le vent dans la plaine, fragmentos en los que hubiese sido necesaria una mayor sutilidad en la pulsación.

No obstante, a partir de Les collines d’Anacapri empezó a emerger una interpretación más cuidada, más meditada en los efectos sonoros y en los juegos de colores, con momentos muy refinados y muy elegantes en el fraseo. Ce qu’a vu le Vent d’Ouest nos permitió disfrutar de su buena técnica de pedal y de su capacidad para individualizar las voces de ambas manos. Una gran mano izquierda, por cierto, protagonista real de La puerta del vino, por ejemplo. Los ritmos cambiantes y los juegos de retenciones y aceleraciones de Minstrels fueron de la mejor ley.

El segundo libro sonó más homogéneo y, ya sin fisuras, dejó ver la capacidad de matización del sonido en las dinámicas por debajo del piano, como en Canope; o la suave ironía acentual en Général Lavine-eccentric.

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