Una de las principales quejas de los abonados de la ROSS ha tenido siempre que ver con la irregular periodización de los conciertos de abono. Los montajes y preparación de las óperas en el Maestranza provocan largos intervalos sin actividad. Para llenar esos huecos nace este ciclo en el Espacio Turina, que se estrenó ayer con no mucho público (haría bien la orquesta en proponer precios más razonables a su público, que es el que hay).

Buena idea también la de dedicar el ciclo básicamente a la música del Clasicismo. La sala tiene una acústica excelente para la música de cámara, pero quizás una orquesta de una cuarentena de músicos sea excesiva. Habría que probar y aprovechar el sistema móvil de adaptación acústica del recinto que, que yo sepa, no se ha usado nunca.

Quizás una orquesta de 40 músicos sea excesiva para la acústica de la sala

La saturación decibélica se apreció especialmente en un Mozart que rozó lo estridente. Más equilibrado resultó sin duda Haydn, pese a que Jaime Martín (Santander, 1965) no acabara de ofrecer todos los matices y sutilezas que contiene una sinfonía plena de sentido del humor y de chispa. Dirección ágil, que se fue haciendo más rápida e incisiva desde el minueto, lo que provocó también algún atropello, pero algo plana y rígida.

Beethoven resultó en cambio soberbio. La sonrisa de Papá Haydn se convirtió en el músico de Bonn en carcajada. La 4ª es una de las sinfonías más incomprendidas del genio, una pieza alegre, sensual, dichosa, que encontró, ahora sí, una interpretación llena de detalles magníficamente encuadrados en una visión global equilibrada, clara, vitalista y fraseada con exquisitez.