Eduardo Guerrero | Crítica

Rebuscarse en la sombra

El bailaor gaditano en una imagen promocional de 'Sombra efímera II'.

El bailaor gaditano en una imagen promocional de 'Sombra efímera II'. / Lucrecia Díaz.

El arbolito y la ropa colgada me trajeron a las mientes al querido y añorado maestro Mario Maya y, más allá, al musical social de los 50 y 60. Salvando las distancias, que son muchas. Para empezar esta es una obra autorreferencial y más abstracta, no quiere decir por ello más universal. El bailaor ofrece un verdadero tour de force con 70 minutos sobre las tablas, de baile denso, muy exigente, con un derroche de recursos y de energía al alcance de pocos. También es de reconocer el mérito del trabajo corporal del resto de los intérpretes, más allá de sus cualidades musicales, que son muchas. La obra se inspira en algunos poemas de tradición sufí de corte amoroso y se articula, por cierto como los espectáculos de Maya, sobre estilos flamencos tradicionales: tarantos, tonás, seguiriyas, bulería por soleá, tangos, zapateado, pregones, fandangos y romances. En realidad, estamos ante un recital de baile flamenco clásico con pinceladas de puesta en escena. Entre lo más interesante de esta, lo mencionado: el trabajo corporal de los intérpretes. Y también la limpieza con la que se presenta la obra, eliminando cualquier barrera o turbulencia entre la misma y el espectador. En la puesta en escena hay también algún que otro elemento superfluo. En algunos pasajes pensé que Eduardo Guerrero había prescindido en esta obra de algunas de sus mejores cualidades: el lirismo, el colorido. Es una obra contemplativa, austera, en la que eché de menos el vistoso vestuario que dominaba las anteriores propuestas del bailaor. Eduardo Guerrero ha querido mirar, mirarse, en otra dirección. Buscar, rebuscar en la sombra. Y ha renunciado así al colorido que es una de sus señas de identidad. Porque sin luz no hay color, como saben. No obstante lo dicho, el bailaor y su gente disfrutaron de la entrega dionisiaca de los tangos y las bulerías como sólo en Cádiz puede hacerse. Guerrero le devuelve aquí al tango de negros su condición de rito ancestral. Oscura y poderosa también la voz de una Samara Montañés entregada, tanto como su compañero Manuel Soto. Lástima que no pudiéramos entender las letras y que, en la última parte del espectáculo, fallara el micrófono del cantaor. Portentoso y muy creativo también Javier Ibáñez que firma una partitura construida sobre las melodías y los ritmos clásicos del flamenco donde la novedad reside en la adaptación de los textos y en unas extraordinarias coreografías nuevas inspiradas, no obstante, en la tradición jonda. La obra, pese a sus sombríos presupuestos, derrocha frescura porque estamos ante cuatro intérpretes muy jóvenes y en estado de gracia. Una obra de su tiempo, sí. Como las de Maya.

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