Crítica de Teatro

Escenas de la supervivencia

La obra arranca en un in medias res técnico y conceptual, el universo del "entre": entre actores y personas, entre la escena y su off, entre el teatro y el audiovisual, entre la palabra y el ruido. En ese desorden primigenio, la actriz más joven, que en la ficción que alumbra hace las veces de demiurgo y médium de la memoria familiar, ya nos advierte: no debemos preocuparnos por el clima de ininteligibilidad, pues la escena, nos promete, pronto se repetirá en otro contexto de mayor definición. Así, en el principio, se señala el núcleo de Eroski Paraíso, una reflexión sobre el arduo trabajo de reanimación de la realidad a través de artes escénicas que se encabalgan y en las que la repetición supone un arte del afinamiento y también un tanteo, a veces ciego, siempre incierto, en pos de la diferencia.

Esto que decimos también indica que aquí se ambiciona mucho y se camina sobre una estrecha cuerda de equilibrista, pues si bien hay un sólido trabajo de documentación que sostiene la individuación de los dramas colectivos (registro cultural de la memoria coral de la pequeña localidad gallega de Muros y alrededores), la puesta en escena pivota en torno a pocos elementos y a un puñado de cuerpos que deben hacer ver lo que no está o sólo comparece en tanto ruina: la tienda fotográfica del abuelo, la recreación del supermercado, la antigua sala de fiestas; estrato sobre estrato, huella y reconstrucción hermanadas que exigen del espectador un suplemento de fe para con lo que tiene delante.

Si Eroski Paraíso, que a veces peca de hacer pasar por la palabra todos sus riesgos formales y conjeturas vivenciales, sale triunfante se debe a un par de actores -Miguel de Lira y, especialmente, una Patricia de Lorenzo de brillante naturalidad- que asumen el redoblamiento de fragilidad que les impone la obra.

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