Cultura

Fantasía extraterrestre

Hace ahora 25 años que Spielberg conmovía a niños y adultos con su fábula extraterrestre protagonizada por un muñeco de látex de cabeza apepinada, ojos grandes y dedo largo que ansiaba, perdido como andaba en los suburbios residenciales de California y las fiestas de Halloween, volver a su casa en un planeta muy lejano.

En una misma línea mestiza de fantasía y ciencia-ficción, ahora bien, filtrada por la literatura infantil (un cuento de Lewis Padget) y cierto ánimo ecologista, los extraterrestres de Mimzy, más allá de la imaginación tienen forma de conejo de peluche y de piedras luminosas, y proceden no ya del espacio exterior, sino de un tiempo futuro y terrenal, aunque desolado por la certeza del fin de la especie humana por causa de sus propias imprudencias con el planeta. Llegan a Seattle para pedir auxilio, y lo encuentran en un par de encantadores niños, hermano y hermana, que se convertirán en los aliados perfectos, ciencia y esoterismo de por medio a partes iguales (que alguien me explique la mezcla), para lanzar su mensaje de alerta sobre el devenir del planeta.

Dirigida por el veterano Bob Shaye, uno de los productores de El señor de los anillos o de títulos afines como La brújula dorada, Mimzy... naufraga en sus asumidas y pueriles referencias de segunda mano, siempre con un ojo puesto en el recuerdo del mito spielbergiano aunque con mucha menor eficacia narrativa (el guión es ya un auténtico galimatías con tendencia al disparate), no digamos ya despliegue visual, lastrado por una rutinaria puesta en escena y unos efectos especiales de segunda regional. Timothy Hutton y Joely Richardson, personajes adultos de la función, esconden el bulto de la vergüenza como buenamente pueden, mientras que el compositor Howard Shore, amigo de Shaye, le hace el favor de regalarle a la cinta una banda sonora de gran calidad que ésta no se merece.

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