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Cultura

Florilegio de espadones

No piense el lector ingenuo que este Republicanos de Fernando Iwasaki esconde entre sus guardas un encendido elogio de las virtudes jacobinas. Muy al contrario, lo que hallará en sus páginas, sagaces y humorísticas, es el común acervo de errores y contumacias, de iluminismo y desdicha, que anudan irreversiblemente a la América española con su vieja y cuarteada madrastra. Iwasaki, sevillano de ultramar y escritor caudaloso nacido en Lima, ha recibido por este ensayo el Premio Algaba 2008; lo cual nos lleva a señalar (el premio, digo) la solvencia de su escritura, así como la variedad de saberes y la humanidad irónica, liberal, apasionada, que hacen de Republicanos. Cuando dejamos de ser Realistas un excelente vademécum por que el conocer el inúmero bulto de nuestras taras y el acendrado tipismo de aquellos mílites que atronaron el XIX en ambas orillas.

Comienza Iwasaki por recordar la ausencia de modernidad en la antigua metrópoli, y la política de privilegios que vertebró el imperio. Esta falta de industrias, de burguesía, de un poder tripartito, repetirá su esquematismo cuando llegue la hora de la independencia. Así, la pérdida de las antiguas colonias es, según Iwasaki, no un triunfo romántico del ideal ilustrado, sino un ápice austral de la ambición, el favoritismo y la indigencia democrática. No en vano, el tedioso heroísmo de los espadones se acumula por igual en América y España; siendo lo cierto que el número de constituciones promulgadas, aquí y allá, es inversamente proporcional a la prosperidad de todas nuestras naciones. También el indigenismo, el populismo, las guerras revolucionarias, quedan vistas desde esta perspectiva común, que incardina la escaramuza local en una vasta red de omisiones y torpezas de raigambre ibérica. Lo cual quiere decir que, para Iwasaki, el sueño unitario de Hugo Chávez y el separatismo abertzale son sólo dos aspectos últeriores de una misma apetencia carpetovetónica: la unanimidad, el escrutinio, la irritante sospecha ante lo nuevo y lo diverso.

Leyendo estos Republicanos de Fernando Iwasaki uno recuerda, inevitablemente, al gran don Ramón de las barbas de chivo. Pero no a aquél que amonedó la figura del caudillo austral en el Tirano Banderas; sino aquél otro Valle-Inclán que escribe en las últimas páginas de su Cara de Plata: "¡Dónde está el rayo que a todos nos abrase!". Ese rayo común bien pudiera ser la literatura, la descomunal herencia que nos une (y que aquí se glosa largamente desde Darío a Bolaño), y no la hispánica propensión al alzamiento, donde hemos sido, ahora sí, insuperables.

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