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Hal Hartley o la melancolía de la resistencia

Dos títulos, Flirt y The girl from Monday, separados por una década. De 1995 a 2005 Hal Hartley, paradigma del cineasta independiente en la década de los noventa del siglo pasado, siguió un camino muchas veces hollado: el sistema absorbe al artista y pretende normalizar su singularidad, limar ese cierto exceso; no lo consigue, pero en el proceso el primero queda exangüe, y con un estrecho horizonte, el de la resistencia, la dispersión o la reclusión en las propias entrañas, en el estilo reconocible, perdido el vínculo con la realidad.

Hartley fue un oblicuo visitante de los géneros (la comedia extrañamente romántica sobre todo), un cineasta que se dedicó a forzar los lindes de estas formas de repertorio a partir de la puesta en escena (el encuadre despojado, sabiamente equilibrado, como en Ozu; el montaje que no se desarrolla en profundidad, sino lateralmente, como en Bresson, con las imágenes como piezas que se suman) y de una selección minuciosa de los objetos y criaturas que poner delante de la cámara (cuerpos hieráticos, rostros agridulces, como el que portaba Buster Keaton en su madurez alcohólica; la economía en el uso de un atrezzo que se recarga enigmáticamente). De The unbelievable truth (1989) a The book of life (1998), Hartley da el soplo de vida a un universo caracterizado por una comicidad pesimista que se quiebra súbitamente por ráfagas de violencia: son cuentos de amor y deseo protagonizados por erráticos y a veces apáticos personajes que suelen aspirar a un determinado enraizamiento, arraigo que permita la tabula rasa con respecto al pasado. De esta época es Flirt, donde Hartley se muestra lúdico y escéptico con el lenguaje, repitiendo, en tres contextos distintos (Nueva York, Berlín y algún lugar de Japón), una misma historia de azar y libre albedrío: fuerzas que se cruzan en la decisión de un amante entre seguir a una pareja que regresa a casa o engancharse a otra aventura sentimental más apetecible.

La otra película del pack pertenece a la resaca de un fracaso que marcó la carrera de Hartley, llevándolo de la independencia a la resistencia. Tras No such thing, la película de gran presupuesto que el cineasta se negó a remontar ante las presiones de un estudio importante, Hartley quedó tocado. Su The girl from Monday muestra que la herida sigue abierta: en esta parábola futurista, el estilo es mucho más titubeante y urgente, siendo el mensaje crítico algo inocente: el capitalismo triunfante ha mutado hasta monopolizar todas las relaciones, sobre todo las sexuales. Sólo se puede confiar en partisanos y extraterrestres.

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