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Huida sin dirección

  • Sin el misterio de 'Felt Mountain' ni la frivolidad 'glam' de 'Black Cherry' o 'Supernature', ¿qué le queda a Goldfrapp?

Campo abierto para la discusión acalorada, al menos para quienes gustamos discutir sobre esta cosas: ¿significa realmente Seventh Tree el retorno de Allison Goldfrapp y Will Gregory a los postulados estéticos de su celebrado Felt Mountain (2000) tras las quizás menos vitoreadas -y no es mi caso- incursiones en la pista de baile, ya fueran desde una divertida perspectiva electroclash o deliciosamente glam, con Black Cherry (2003) y Supernature (2005)?

La comprensible primera impresión, sin duda inducida por el uso recurrente de los medios tiempos, los aires folkies y una patente deriva bucólica, en contraste con la decadencia canalla de los dos títulos precedentes, no aguanta sin embargo más allá de un par de escuchas. En realidad, Seventh Tree está casi tan lejos de Felt Mountain como de los otros dos títulos del dúo.

Más allá de la tan poderosa como seductora voz de Allison Goldfrapp, aquel primer álbum, que hoy se antoja irrepetible, cimentó su majestuosidad en una colección de melodías intachables que Gregory y la propia vocalista impulsaron hacia el infinito por medio de unos arreglos embiagados de misterio. Pura música cinemática, acudiendo al termino que proyecta en nuestro imaginario películas inexistentes, y en cuyo programa de sesión continua, es bien sabido, ocuparían un lugar destacado los dos discos de Portishead.

Seventh Tree, por contra, se configura en torno a un repertorio bastante menos cohesionado, en el que tanto caben canciones de apariencia frágil y pastoril -la inicial Clowns, que salvando las distancias podría haber firmado Pentagle, o la contradictoriamente calmada Eat Yourself- como aisladas pildoras de relativa efectividad pop -Caravan Girl-. Y aunque el grueso lo ocupa un cuarteto destinado a llevar la atención y la mirada hacia el pasado -Little Bird, Happiness, Some People y Cologne Cerrone Houdini-, por desgracia ninguno de los intentos llega a alcanzar el grado de exuberancia melódica y de arrebatadora fascinación armónica que tan grande hizo, y sigue haciendo, a Felt Mountain.

Peor aún lo ponen algunos cortes de una indefinición rayana en el mainstream, que hacen que el oyente dude realmente de estar escuchando el nuevo álbum de Goldfrapp. Son canciones como A&E, Monster Love o Road to Somewhere que, en el caso de esta última, ejemplifican la decepcionante paradoja del álbum que nos ocupa: estar convencido de ir a algún sitio, pero sin saber a dónde.

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