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arte

Indicio de un abandono

  • Manuel León dedica sus nuevos trabajos, expuestos hasta septiembre en Santa Clara, a la extraña geometría y a las brillantes superficies de la planta conocida como 'costilla de Adán'

Hace unos años recorrí con alumnos de doctorado ávidos de estética contemporánea las muestras de la Cartuja. Disponían de tiempo antes de volver a Granada (allí estudiaban aunque muchos eran del norte de España) y les propuse ir al Museo de Bellas Artes. Al acabar esta segunda visita, me preguntaron si aquella gente (los artistas) se creían lo que pintaban. Más que su despiste histórico, me sorprendió su inmadurez artística. En el museo habían visto vírgenes, cristos, santas y santos, pero no pintura. Tal actitud es poco imaginable en el sur de España, donde crecemos viendo cuadros. Quizá por eso aquí se considera la pintura un potente medio de expresión poética. El trabajo de Manuel León (Villanueva del Ariscal, 1977) en Santa Clara es índice de la confianza que ponemos en la pintura.

La propuesta de León es consecuencia de un abandono. En los primeros 80, el compás de Santa Clara era un lugar a la vez recogido y animado. Tallistas, doradores y ebanistas, que allí convivían con algún arquitecto, sacaban sus piezas al compás, dado lo exiguo de los talleres. Después llegaron las termitas, se fueron las monjas y el compás se cerró. En otoño de 2011 reinaba el desorden. Los naranjos se disputaban un lugar y los arrayanes invadían el estanque con ramas de más de dos metros. Más vivo que nunca permanecía el laurel mientras la planta -popularmente, costilla de Adán; filodendron para viejos sevillanos cultos- se había convertido en una auténtica escultura vegetal. Con razón impresionó a Manuel León: mientras templo, coro, sacristía y capilla de profundis mantienen tenazmente su ruina, esperando una financiación que nunca llega, la planta abandonó su humilde presencia en patios y corrales, y se convirtió en fuerza de la naturaleza.

Por eso tiene sentido llevarla a un gran lienzo, La costilla de verdad, entre otros dos, formando un retablo, que preside el que fuera dormitorio de las monjas. Otros óleos en los muros laterales emulan capillas de antiguos templos. Las variaciones del motivo central, la hoja de la planta, sólo las interrumpen dos enigmáticos personajes cargados de ironía. Al final de la sala-templo, una vitrina con documentación -algo concisa, en verdad- sobre la muestra mientras que al otro lado del murete-límite de la sala, unas cuidadas acuarelas ofrecen estudios previos de los grandes óleos o alusiones que los completan. Entre ellas, algo aislada, la réplica frontal del rostro de la escultura de Fernando VII que el feroz legitimista Conde de España encargó a Chardigny y colocó, como provocación, en el Pla de Palau, en Barcelona.

Manuel León es un excelente colorista y domina los diversos modos en que una figura puede articular el rectángulo del cuadro. El color es decisivo en el retablo, tríptico central: sutiles gradaciones e interacciones cromáticas dan sensualidad y firmeza a la pieza central, y los amarillos casi ácidos de las laterales conectan perfectamente con su ritmo más vivo. Análoga sensibilidad para el color (aunque quizá menos riesgo) se aprecia en los demás lienzos. La definición del espacio mediante la figura es también evidente en las tres obras del retablo: ordenadas las hojas mediante escorzos paralelos en la pieza central, las otras dos se construyen con agitadas oblicuas. Claro que definir el espacio con la figura se aprecia aún mejor en una breve acuarela donde la costilla de Adán pasa de semitrepadora a Semitapadora que oculta y a la vez muestra un desnudo femenino.

Desde mucho antes de que lo estableciera Marcel Duchamp, ha sido tarea decisiva del artista la elección del tema o del objeto. No faltaron críticas a Velázquez por elegir aguadores o mulatas y lo que más ofendió de Madame Bovary es que el adulterio lo protagonizara una mujer, nada aristocrática además. León ha elegido la hoja de la costilla de Adán. Es una opción formal fecunda: además de los efectos de luz que propicia la brillante superficie de la hoja, sus exageradas escotaduras y los orificios en forma de elipse acercan la figura a la geometría. Una geometría extraña pero desde un punto de vista plástico, eficaz, como se comprueba en las acuarelas El anverso o Estudio para 'Andan buscando un color'.

Esta indudable riqueza formal queda, sin embargo, algo desprotegida de ideas. La elección de la planta señala, con sorna, la presencia, inconsciente, del patriarcalismo en el lenguaje común. Alude también al descuido que pesa sobre la naturaleza y el patrimonio. Pero no sé si estas ideas se desarrollan en la muestra o los cuadros obedecen a una lógica sobre todo formal. Los textos, esto es, los títulos de las obras, sugerentes, se acercan más a la alusión que a la metáfora. La sensualidad, desenfado y buen hacer formal de La costilla de Adán tal vez hubiera exigido mayor densidad poética.

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