El concepto de residencia, como se ha podido observar últimamente en numerosos teatros y festivales, va ganando posiciones de forma paralela a los espectáculos programados. Residencias para que los artistas puedan preparar con tranquilidad sus nuevas producciones o residencias –como en este caso– en las que se ofrece la oportunidad a un artista de trabajar en una sede con otros artistas de distintos géneros y latitudes, sin pedirle ningún resultado en el plano espectacular, sino únicamente una demostración de trabajo al final de cada período del proceso. Algo bastante normal en el mundo del teatro, pero mucho más difícil de conseguir en un género en el que los artistas van y vienen constantemente, dando cursos si no tienen actuaciones, sin detenerse más que a la hora de afrontar una nueva producción.
Estas residencias, compartidas a veces entre varios festivales, constituyen uno de los puntos fuertes de las dos citas internacionales que organiza Miguel Marín: el Flamenco Festival de Londres y el Usa Flamenco Festival de Nueva York, con todas sus extensiones.
Y si en años anteriores los protagonistas han sido figuras como Olga Pericet, Rocío Molina o Ana Morales (cuyo último espectáculo, Sin Permiso, fue el resultado de cuatro residencias internacionales, entre ellas la de Londres), este año le ha tocado el turno a Jesús Carmona (Barcelona, 1985). Bailarín de danza española y gran bailaor, como demuestra claramente su premio Desplante, conseguido en el Festival de La Unión, o su paso por el Ballet Nacional de España, con categoría de Primer Bailarín, Carmona fundó muy pronto su propia compañía, con la que ha estrenado tres producciones, Cuna negra & blanca (2012), 7 Balcones (2013) e Ímpetu’s (2015), mientra ahora prepara la que será la cuarta y, al parecer, la más ambiciosa.
Con una energía y una técnica realmente fuera de lo común, Carmona, como todos aquellos que empezaron a bailar de muy niños, empieza ahora a hacerse preguntas sobre su arte –cómo encontrar un lenguaje propio, cómo distinguir las convenciones de los estereotipos, etc.– y también sobre su persona, ya que acaba de ser padre de un varón al que tiene que criar y educar.
Tal vez por ello, en su última residencia celebrada en Londres –tras una anterior en Miami y otra en Londres, en torno a la palabra, junto a tres poetisas– el bailaor planteó como punto de partida el tema, tan candente por otra parte, de la masculinidad, iniciando su trabajo con el célebre decálogo de Vicente Escudero sobre cómo ‘bailar en hombre’.
En esta aventura ha estado acompañado, retándose y enriqueciéndose mutuamente, por el músico multiinstrumentista afincado en Londres Sabio Janiak, el actor y coreógrafo Ferran Carvajal, dos bailarinas de danza contemporánea de diferentes generaciones (Yasmin Mahmoud y Chisato Ohno), que han bailado en las más prestigiosas compañías internacionales y, además, son maestras de técnica Gaga (inventada por Ohad Naharim, de la Batsheva Dance Company de Israel) y, por parte flamenca, el cantaor de Los Palacios José Ángel Carmona. La presentación pública tuvo lugar el pasado sábado en el londinense Lilian Bailys Studio.
Como es obvio, al confrontarse con otras velocidades –Carmona es de los bailaores más veloces de la actualidad– otras energías diferentes y otros sonidos, el cuerpo, único instrumento del bailarín, no lo olvidemos, empieza a tomar conciencia, cuanto menos, de que existen decenas de posibilidades de desarrollo si se logra superar los prejuicios y, sobre todo, el lastre de la inercia.
Al igual que sucede con las improvisaciones o los cada vez más frecuentes work-in-progress, presentarle al público una muestra de media hora de un proceso de tan solo cinco días puede parecer bastante temerario desde el punto de vista de los artistas, cuyo riesgo al tirarse a piscinas en las que no hacen pie resulta inevitable si lo afrontan con sinceridad. Bien contextualizadas, sin embargo, y con el diálogo que el Festival propone al final de cada una, estas breves residencias pueden convertirse en preciosos instrumentos a la hora de involucrar a los espectadores en los procesos creativos y de educar a las nuevas generaciones en el respeto por el arte y sus búsquedas, no siempre igual de afortunadas.
Esta confrontación con el público fue casi lo mejor de la presentación londinense. Y es lo único que se echó de menos, por ejemplo, en los tres Impulsos que Rocío Molina acaba de realizar con diferentes artistas en el Festival de Itálica. Al término de la demostración, con Eva Martínez, programadora del Sadler’s Wells, y el director del Festival, Miguel Marín, ejerciendo de traductor, ambos sentados junto a los artistas, se inició un cronometrado diálogo pidiéndoles a los espectadores una palabra que definiera lo que habían visto o lo que habían sentido. Al margen de lo artístico, fue realmente alentadora la gran participación del público, incluidos algunos niños que hablaron públicamente sin empacho alguno, y el gran respeto y admiración que, si se le hace partícipe, puede mostrar por los procesos creativos más arriesgados. Y es que, se mire por donde se mire, la educación sigue siendo la clave de la cultura.
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