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Rose & Núñez | Crítica

Glosas de la viola elegante

Javier Núñez y Johanna Rose en el Alcázar

Javier Núñez y Johanna Rose en el Alcázar

Desde el siglo XVI el desarrollo del estilo instrumental llevaba aparejado el virtuosismo de la ornamentación, que durante tiempo fue sinónimo de disminución, esto es, la conversión de notas largas en otras muchas más pequeñas, lo que, por norma, obligaba al intérprete a articulaciones de gran agilidad manteniendo la claridad y distinción de las notas. Johanna Rose organizó su concierto del Alcázar con dos momentos especialmente exigidos por la disminución: por la Susana de Selma y Salaverde se paseó de manera impecable, no solo combinando la agilidad y claridad demandadas, sino también mostrando una elegancia en el manejo del tiempo verdaderamente seductora; en el Corelli de cierre (una selección de las variaciones sobre la Follia de las Sonatas para violín Op.5, de las que existe una versión para viola de la época conservada en la Biblioteca Nacional de París), la gambista sevillana pasó en cambio algún pequeño apuro en los pasajes más comprometidos, y es que no es lo mismo la articulación en el violín que en el bajo de viola, lo que afectó también al ajuste con el acompañamiento de Javier Núñez, pese a lo cual la elegante fluidez del fraseo no se perdió nunca de vista.

En las recercadas sobre tenores de Diego Ortiz, Rose había mostrado ya un arco relajado, no tan preocupado por el contraste y las articulaciones rectilíneas como por la sinuosidad, por las curvas y los pequeños matices agógicos, lo que se repitió en una distinguida Pavana del Capitán Tobias Hume. Más teatral se mostró en Marais, enfatizando el salto de la soñadora Reveuse al repujado Arabesque, aunque el mayor contraste se dio con la Sonata de Andreas Lidl, un virtuoso austriaco de la viola, que vivió en la segunda mitad del siglo XVIII y escribió una música muy cercana ya al estilo del Clasicismo: especial significación adquirió el Andante central, de muy exquisita entraña lírica, que se adaptó magníficamente a la elegancia interpretativa del resto del recital, a la que contribuyó muy significativamente el acompañamiento siempre justo y delicado de Javier Núñez, quien tocó también la Pavana italiana de Antonio de Cabezón con admirable refinamiento.

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