José Luis Pastor | Crítica

La historia de un triunfo

José Luis Pastor en un momento de su actuación

José Luis Pastor en un momento de su actuación / P. J. V.

La guitarra es, en sus múltiples formas, el instrumento más popular del mundo. No hay civilización que no haya desarrollado cordófonos que hoy podamos identificar de un modo u otro con la guitarra. No hay estilo musical (de las vanguardias experimentales a cualquier forma de rock, jazz, flamenco o música tradicional) en el que la guitarra no haya hecho acto de presencia y triunfado. El onubense de Aracena José Luis Pastor es uno de los mejores conocedores de sus antecedentes y primeros pasos en Occidente, un auténtico maestro de los instrumentos de cuerda pulsada medievales, de lo que lleva más de dos décadas dejando testimonio en conciertos y grabaciones.

Al XI Festival de la Guitarra de Sevilla vino para presentar un espectáculo fascinante: un recorrido por la historia de la guitarra en nuestra civilización a través de doce instrumentos distintos, desde los de plectro y de rueda de los siglos medievales hasta la guitarra eléctrica. En la ficha adjunta se nombran todos, con las piezas interpretadas en cada caso, piezas que jugaron un papel sobre todo funcional, como forma de mostrar mínimamente las posibilidades de cada artefacto.

El dominio de Pastor en el ámbito medieval es en verdad apabullante. Su control del sonido conseguido con el plectro (en su caso, de cuerno de cabra, según nos informó) le permite exponer todo tipo de melodías y efectos no sólo en las monodias con bordones acompañantes, sino en la polifonía (impresionante la pieza de Ars Nova que tocó con la guitarra medieval), y además lo hace todo con personalidad, desarrollando sus propias variaciones y ornamentos, sin los que muchas de estas piezas son casi esbozos melódicos sin mayor trascendencia.

Entre el siglo XV y el XVI no se sabe cómo, dónde ni por qué la guitarra medieval cambió su forma de pera por la característica forma en ocho que llega hasta hoy. El instrumento se hizo ya plenamente polifónico y no dejó de evolucionar ni de requerir técnicas (tanto constructivas como interpretativas) cada vez más complejas. Pese a la variedad de técnicas de ejecución que se requieren para un empeño así, pese a los variopintos conceptos musicales, que exigen una adecuación meditada a cada guitarra, Pastor fue pasando por ellas con absoluta solvencia, aunque ya sin la maestría superlativa de los primeros instrumentos. Hubo aún momentos muy conseguidos como los rasgueos en la guitarra barroca de Sanz o la delicadeza sonora de la guitarra romántica, capaz de efectos casi fantasmales, pero también algunos roces más evidentes (Fantasía de Mudarra con la vihuela) o una cierta superficialidad (Asturias de Albéniz con la clásica). Su recorrido terminó en el ámbito de las músicas populares del siglo XX, un terreno que quedó quizás algo difuso y en el que lo descriptivo se impuso sobre lo artístico.

La idea del espectáculo es estupenda, y el tono didáctico se beneficia tanto de la magnífica prosodia del músico andaluz como de unos comentarios muy ajustados en erudición y claridad. Pastor tiene margen suficiente para desarrollarlo y pulirlo. 

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