Crítica 'Le Havre'

Kaurismäki, al rescate del hombre

Le Havre. Finlandia-Francia-Noruega, 2011, 92 min. Dirección y guión: Aki Kaurismäki. Fotografía: Timo Salminen. Intérpretes: André Wilms, Kati Outinen, Jean-Pierre Darroussin, Blondin Miguel, Elina Salo, Jean-Pierre Léaud, Evelyne Didil.

Con Aki Kaurismäki, y no sólo gracias a Juha, su particular reescritura del clásico melodrama finlandés de los años 30, aprendimos que para invocar las esencias del cine mudo no hacía falta imitarlo plano a plano ni hacer de él un calculado pastiche nostálgico en busca del aplauso fácil. Todo su cine, de Crimen y castigo a Luces al atardecer, de La chica de la fábrica de cerillas a Nubes pasajeras, de Ariel a Un hombre sin pasado, integra con pasmosa naturalidad la gramática visual, la inteligente candidez, la depuración del trazo, el gusto por la singularidad y la elocuencia de los rostros y el marxismo melancólico de maestros de referencia, para disolverlos en un universo personal e intransferible por el que se cuelan las inconfundibles ráfagas del gélido viento del norte templadas por los vapores de la más dulce de las borracheras y el sonido crujiente de tangos pretéritos, en una extraña suerte de saudade báltica a prueba de algodones e imitadores. Con Aki Kaurismäki aprendimos y seguimos aprendiendo también que esto de la Europa del bienestar procede siempre del sacrificio y la lucha por la dignidad de los desposeídos, de esa clase trabajadora y humilde que el cine tal vez nunca debió haber abandonado como horizonte para su proyecto humanista regenerador, popular, socialista (en sentido literal) y revolucionario. Atravesada por ese feliz anacronismo accionado por los resortes de una generosa cinefilia que va de Chaplin a Renoir, del realismo poético francés de Carné, Duvivier o Becker al polar estilizado de Melville o del minimalismo ritual de Ozu al despojamiento esencial de Bresson, Le Havre dibuja sus bodegones humanos de esperanza, solidaridad comunitaria y triunfo proletario desde la deslumbrante pureza poética de su puesta en escena, con la ayuda de un elenco de fieles cómplices (de nuevo, Wilms, Outinen o Léaud) filmados en modo escultórico y gracias a la labor pictórica de un Timo Salminen, fiel director de fotografía, para estilizar el mundo con unos precisos toques de pintura de color aquí y allá.

Un mundo, lo mismo podrían ser los barrios portuarios de Helsinki o Le Havre que las buhardillas del París bohemio, los bajos fondos de Londres que los paisajes horizontales de las carreteras del Medio Oeste estadounidense, impulsado y ordenado por las fuerzas universales del melodrama social y políticamente comprometido, aquí con un redentor y emocionante happy end, un mundo de ficción que nos reconcilia de nuevo con el cine como refugio y arma de disección del presente, justo a tiempo para salvarnos de un año triste y aciago.

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