Cultura

Kinoshita: fórmulas y formas

Se editan dos nuevos títulos de Kinoshita, un clásico japonés de enhorabuena, últimamente, entre nosotros (ya en el mercado están Tiempos de alegría y dolor, Veinticuatro ojos, La balada de Narayama, Carmen vuelve a casa y Carmen se enamora). Ahora llegan El adiós de un hijo y El retrato de Midori, dos películas desde las que celebrar al autor popular y en las que advertir la fisura que cincela su singularidad y explica su pervivencia en el tiempo.

Como en otros casos del mismo calibre (recuperen, por ejemplo, el primerísimo cine dirigido por Kurosawa, que comparece como guionista en El retrato de Midori), cuesta al principio enfrentarse a un filme propagandístico como El adiós de un hijo, celebración del sacrificio bélico de un pueblo, el nipón, para el que los hijos eran del Emperador y no de esas madres que debían enviarlos con alegría al frente. Pero Kinoshita, que ya ha introducido durante todo el metraje una importante duda de sentido al presentar a los adultos como críos obcecados e impulsivos, nos reserva un inolvidable final en el que la forma reta a la fórmula: Kinuyo Tanaka, a la que Mizoguchi no tardaría en envolver en travellings aún más eternos, va a buscar a su hijo, que desfila entre entusiastas banderas camino de una muerte casi segura cuando la guerra ya se agotaba. Corre, cae al suelo, se levanta, recibe empujones, una odisea física hasta que da con su hijo y lo despide. Es lógico que las autoridades que promovieron el rodaje de El adiós de un hijo (Ejército, en una traducción más ortodoxa) quisieran amputar este desenlace que se contradecía con el mensaje de propaganda. Al final lo dejaron intacto, pues también era humano que la madre se desesperara algo cuando veía que su sueño (que el hijo fuera al frente, no como su marido, débil de salud en su juventud) se hacía realidad. Y ha quedado, como luego le gustaba reconocer a Kinoshita, como una impactante secuencia antibelicista en la que pudo expresar lo que de verdad sentía después de tantos momentos de ridículo patriotismo.

También nos llega El retrato de Midori, híbrido que comienza en tono de comedia para luego perfilarse en melodrama sentimental y reconfortante. Nos quedamos, en esta historia sobre una chica de mala vida que encuentra la rectitud gracias a un retrato que refleja la bondad última de su interior, con el comienzo, donde se nota la pluma cómica de Kurosawa y la extravagancia del director de Carmen se enamora.

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