'La revolución silenciosa' / Crítica

Kraume completa un gran díptico sobre las dos Alemanias

'La revolución silenciosa' se ambienta en la Alemania Oriental de 1956.

'La revolución silenciosa' se ambienta en la Alemania Oriental de 1956.

En 1945 Hungría fue ocupada por el Ejército Rojo tras haber sido aliada de Hitler. Siguiendo la política de infiltración de Stalin para hacerse con una amplia área de dominio soviético, la URSS toleró un régimen más o menos democrático en el que los comunistas se infiltraron hasta hacerse con el poder en 1947, inaugurando una dictadura que duró hasta 1989. Tras la muerte de Stalin y el famoso discurso de Krushchev en el XX Congreso del PCUS estalló la revolución húngara que, entre octubre y noviembre de 1956, intentó derribar el gobierno títere de Moscú y recuperar la independencia y las libertades democráticas. El país fue invadido por las tropas soviéticas, se procedió a una brutal represión cuyo balance fue 200.000 exiliados, entre 350 y 400 ejecutados y 14.000 encarcelados. En noviembre se restableció la dictadura bajo tutela soviética con el títere Gobierno Revolucionario Obrero y Campesino. Nada hicieron las potencias democráticas y menos los partidos comunistas de Europa Occidental que, pese a algunas disensiones internas, aplaudieron la intervención soviética con Togliatti y Carrillo al frente.

Esta muy interesante película trata de la reacción contra la invasión de Hungría en un país comunista, la RDA o Alemania Oriental. Es 1956, faltan cinco años para que el muro de Berlín impida que los alemanes huyan del paraíso socialista y unos estudiantes guardan unos minutos de silencio en solidaridad con los húngaros alzados contra la URSS. Un gesto con consecuencias que se tendría la tentación de llamar imprevisibles, pero que eran perfectamente previsibles bajo la dictadura comunista. Con gran coherencia el realizador alemán Lars Kraume nos relató en El caso Fritz Bauer como desde las altas esferas de la Alemania democrática occidental se protegió a antiguos nazis y se entorpecieron las investigaciones del fiscal Bauer sobre sus crímenes contra la humanidad. No debe ser casual que si aquella notable y necesaria película se ambientó en la Alemania Occidental de 1957 esta lo haga en la Oriental de 1956. Con ellas ha conformado un díptico sobre las deudas de Alemania con su pasado a través de la lucha –en un caso un fiscal, en otro unos estudiantes– contra la pervivencia cómplice o la actualidad de sistemas totalitarios.

Dotada de un suspense –la investigación para dar con los cabecillas– a veces angustioso y de un gran fondo ético –no sólo la oposición a la dictadura, sino la solidaridad o la traición entre los estudiantes–, Kraume ha vuelto a lograr hacer buen cine de gran interés político y humano a la vez que entretenido: es la mejor forma –como demostró Costa-Gavras– de hacer llegar lo complejo sin simplificarlo a las mayorías (pese a que la distribución tacaña se lo ponga difícil).

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