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La Spagna | Crítica

Rivales y sin embargo amigos

Alejandro Marías y Pablo Garrido en el Alcázar.

Alejandro Marías y Pablo Garrido en el Alcázar. / Actidea

Cuando en 1740 Hubert Le Blanc publicó su célebre Defensa del bajo de viola frente a las intenciones del violín y las pretensiones del violonchelo, la viola da gamba estaba ya sentenciada en Francia, donde su gloria se había extendido por décadas. El instrumento resistió aún algunos decenios en Alemania, con Carl Friedrich Abel como máximo avalista de su potencialidad para adaptarse a los nuevos tiempos del Clasicismo. Este Abel era hijo de un músico que trabajó con Bach en Cöthen, a quien se apunta como posible destinatario de las Suites para violonchelo solo escritas por el Cantor. Triunfó en Londres como compositor y empresario, compartiendo negocios concertísticos con un hijo de Bach.

La sustitución de los bajos de viola por los violonchelos en los conjuntos europeos del XVIII se ha contado mil veces, pero más raramente se habla de su convivencia, que está bien documentada en algunas fuentes inglesas, como la colección Pembroke, así llamada por el nombre de la familia nobiliaria para la que Abel trabajó durante su fructífera estancia londinense.

Alejandro Marías vino con Pablo Garrido para mostrar parte de ese repertorio: una Sonata para viola y bajo de las treinta que se han conservado escritas por Abel para la condesa Pembroke, y una colección de cuatro dúos para viola y violonchelo (más un quinto atribuido también al compositor). Fueron a la postre estas las obras más interesantes, ya que, con una estructura casi siempre idéntica (tres movimientos, con un minueto por norma de cierre), estos dúos muestran a los dos instrumentos trabajando en un mismo plano, imitándose entre sí, pasándose el testigo como solistas y acompañantes, en un estilo con rasgos que se mueven de lo galante y sentimental a lo ya puramente clásico (la excepción quizás fuera la apertura para viola sola del primero de ellos, en la que Abel pareció querer sintetizar la mejor tradición polifónica de la viola). 

Aunque el destino de esta música no era otro que el más puro divertimento doméstico, han pasado dos siglos y medio por ella, por lo que no es fácil encajar un repertorio así, hoy ya muy erudito, en un contexto como el ciclo del Alcázar. Marías y Garrido mostraron que pese a la estructura repetida de las piezas y el empleo de un lenguaje homogéneo en todas ellas, hay recursos de fraseo, ornamentación y dinámicas capaces de concitar la atención del variopinto público del Alcázar. La viola de Marías sonó precisa toda la noche, especialmente afectuosa en los tiempos lentos y afilada en los minuetos. A Garrido le costó un poco más asegurar la línea, pero desde el segundo de los dúos asentó su sonido y mostró con claridad una de las razones por las cuales el violonchelo acabó ganándole terreno a la viola: su potencia. En la propina, con el Adagio del dúo nº2, los intérpretes intercambiaron sus instrumentos. Entre amigos todo cabe.

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