La nieta del señor Linh | Crítica

Una sencilla historia magníficamente orquestada por Lluis Homar

El actor es el protagonista absoluto de la sencilla historia contada por Claudel.

El actor es el protagonista absoluto de la sencilla historia contada por Claudel. / David Ruano

Como nos enseñó Jerzy Grotowsky, lo único que se necesita para que haya teatro es la presencia de un actor. Y Lluis Homar es un actor de la cabeza a los pies, aunque también dirija y ahora ande ocupado en tareas de gestión como reciente director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Él solo, con su bufanda, sus manos expresivas y su voz llena de matices tuvo al público pendiente del escenario por más de una hora. Claro que detrás de su cuerpo y de su voz estaba el hermoso texto que Philippe Claudel publicó en 2005 y que miles de lectores de todo el mundo han disfrutado (traducido a once idiomas), incluidos muchos de los que asistieron a su presentación en el Teatro Central.

La nieta del señor Linh cuenta de forma sencilla la historia de un anciano cuya familia le ha sido arrebatada por una guerra, tan sangrienta como todas, que emigra a una ciudad europea con un bebé, sin saber nada de la civilización occidental ni entender una sola palabra del idioma que oye. Un caso entre los miles, los millones que existen en la actualidad –en situaciones mucho peores por desgracia- y que quedan en el anonimato.

Sin entrar en la miseria o en la violencia que rodea este tipo de situaciones, Claudel deja patente la deshumanización de las sociedades desarrolladas y la necesidad de comunicación que caracteriza a todos los seres humanos sin excepción, capaces de poner en juego sus escasos recursos –especialmente la imaginación- para no claudicar.

Lluis Homar interpreta a los tres personajes de la obra: el narrador, el anciano señor Linh y su único y casual amigo, el señor Bark (nada sorprendente si pensamos que en Terra baixa interpretaba a cuatro). Y lo hace con la ayuda de un par de sillas, unos cuantos aparatos musicales y electrónicos y una gran pantalla sobre la que se proyectan palabras e imágenes gracias al dominio técnico y artístico del director, el belga Guy Cassiers.

Sin embargo, a pesar de la ayuda –quizá demasiado escueta- de la dirección, lo que nos mantiene en vilo es el uso del ‘tempo’ de Homar, la absoluta falta de retórica con que, lentamente, va erigiendo su realidad ante nuestros ojos.La pieza, coproducida entre otros por Temporada Alta y el Teatre Lliura (del que Homar fue cofundador), forma parte de un proyecto colectivo de Cassiers, que ha dirigido la obra en cinco idiomas (flamenco, inglés, francés, catalán y ahora en castellano) con un actor diferente en cada país. Porque, como él sabe perfectamente, cada país tiene de la vieja Europa tiene su propia historia y sus propios fantasmas frente al fenómeno de la migración.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios