CARMINA TERRARUM | CRÍTICA

Músicas ibéricas sin fronteras

Aníbal Soriano, Cristina Bayón y César Carazo.

Aníbal Soriano, Cristina Bayón y César Carazo. / ACTIDEA

Portugal y España trazaron sobre el orbe terrestre una línea en 1493 para repartirse el mundo conocido y por conocer, para enojo del rey de Francia que instó al papa a mostrarle el testamento de Adán que le otorgaba a los monarcas ibéricos tal potestad. Pero donde no existió una línea de demarcación fue en el terreno de las relaciones musicales entre ambas naciones, con músicos y cantores cruzando de un páis a otro con total naturalidad durante siglos.

Esta permeabilidad musical fue el centro del concierto con el que Carmina Terrarum recordaron la ya inminente celebración de la salida de Sevilla de las naves comandadas por Fernando de Magallanes hace quinientos años. Canciones extraídas de diversos cancioneros hispano-lusos y que el grupo supo adaptar a su formación particular. Aníbal Soriano aportó con el laúd y la guitarra barroca el juego polifónico de las voces que faltaban para completar las obras originales (a cuatro voces habitualmente) mediante un discurso rico y elaborado que se tornó delicado y preciso en la fantasía de Milán.

A pesar de una clara voluntad de unificación en materia estilística, no acabaron de empastar bien las voces de Bayón y Carazo. Impostada a la manera clásica la de ella (y de poco clara articulación de los textos), natural la de él, era demasiado el contraste de sonido entre ambos. Lo que sí funcionó de manera brillante fue el dominio de los cambios de ritmo y las síncopas.

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