arte

Magritte, cincuenta años después

  • El cuadro 'La traición de las imágenes' ('Esto no es una pipa') se exhibe hasta el domingo en los Museos Reales de Bélgica

  • Icono de la modernidad, llevaba 45 años sin regresar a Bruselas

Para abarcar en su grandeza la obra de René Magritte (1898-1967) hay que mirar forzosamente a las colecciones norteamericanas. En el Museo Regional de Los Ángeles (Lacma) reside habitualmente la Gioconda de su producción, La traición de las imágenes (1929), ese óleo sobre lienzo de tan sólo 60x81 cm. donde la imagen de una pipa aparece con el subtítulo "Esto no es una pipa" (Ceci n' est pas une pipe) escrito con una caligrafía infantil como la que solía verse en las pizarras de las escuelas primarias. La obra, icono de la modernidad, ha generado una copiosa literatura, incluido un esclarecedor ensayo de Michel Foucault publicado en España por Anagrama (Esto no es una pipa). La imposibilidad de conciliar palabras, imágenes y objetos es una de las muchas claves de lectura del cuadro. Magritte reta la convención lingüística que identifica la imagen de algo con el objeto en sí y convierte su pintura en una defensa del pensamiento. Ese uso del texto es el que influyó en las jóvenes generaciones de artistas conceptuales, principalmente en su compatriota Marcel Broodthaers, que consideraba la obra la más importante del siglo XX. La traición de las imágenes llevaba 45 años sin regresar a Bélgica desde Los Ángeles y ha sido, por ello, la gran protagonista de la muestra que los Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica, con su director Michel Draguet como comisario del proyecto, le ha dedicado en el 50 aniversario de su muerte.

Magritte, Broodthaers y el arte contemporáneo explora hasta este domingo 18 la influencia del belga en diversas generaciones de artistas de uno y otro lado del Atlántico, incluidos Andy Warhol, Jasper Johns, Robert Rauschenberg o Edward Ruscha, que descubrieron su arte en 1954 cuando se expuso en la galería Sidney Janis de Nueva York. Fueron en gran medida los estadounidenses los que dieron a Magritte el aplauso que le habían hurtado los surrealistas franceses, con los que compartió el culto por Giorgio de Chirico pero de los que, entre otras cosas, rechazaba el dogmatismo y la filiación comunista. Es célebre una cena en la que Breton le pidió a la esposa de Magritte que se quitara una medalla religiosa que le adornaba el cuello y ambos se negaron para, sin dilación, abandonar la velada.

La pipa de Magritte no es una pipa porque no se puede asir ni fumar. Sin embargo, la presencia del fuego, de los extintores y del humo, entre otros objetos reales que representó imprimiéndoles un enigmático giro, se extiende por varios de los 150 cuadros de la exposición, incluidos los radiadores con los que Joseph Kosuth reinterpreta La traición de las imágenes o el divertido Tributo a Magritte: esto no es una pipa (1989) en el que Keith Haring revivifica el utensilio de fumador con su lenguaje graffitero.

Otra obsesión de Magritte fue el encuentro de realidades excluyentes y por eso El descubrimiento del fuego (1935), un pequeño lienzo donde un trombón arde de un modo imposible para las leyes físicas, cedido por un coleccionista privado, es otro hito del conjunto. Se lo exhibe en diálogo con la instalación presidida por un trombón y un extintor del pintor y escultor francés nacionalizado estadounidense Armand Pierre Fernández (Arman). También Dalí en Jirafa en llamas (1936) citó ese fuego; las conexiones entre ambos protagonizarán la exposición que prepara ya este museo belga para 2019.

Que Magritte sigue siendo nuestro contemporáneo lo evidencia el modo en que sus llamas crepitaron en la feria de arte de Bruselas (Brafa), donde se vendían varias obras suyas, entre ellas una de 1931 titulada L'Oracle que ofrecía la galería Boon. En ella, los cielos celestes y las nubes esponjosas característicos de su lenguaje influido por la publicidad y las artes gráficas convivían artificialmente con el fuego subrayando el papel de la poesía (principalmente la de Mallarmé) en su producción, cuestión que lo conectaría con Broodthaers, a quien designó su heredero espiritual al entregarle simbólicamente su bombín. Un vídeo recoge ese momento en esta muestra que Michel Draguet inicia con la última obra que completó Magritte, La página blanca (1967), lienzo perteneciente a los Reales Museos belgas donde aparecen como motivos la luna y las copas de los árboles. Pero el pintor subvierte esas imágenes y ese círculo amarillo que identificamos con la luna llena puede ser también una fruta pálida, un melocotón que se asoma entre las hojas.

"El arte de pintar es el arte de pensar", propugnaba Magritte. 50 años después de su muerte, su gusto por la ironía y las paradojas, el afán de introducir lo desconocido en lo cotidiano, nos deja aún sin certezas, cargados de preguntas. Una fascinación que se prolonga en el inspirado homenaje que le rinde el libro René Magritte, publicado en España por Turner, donde seis artistas interpretan sus obras y pensamiento desde un lenguaje tan universal (y belga) como el cómic.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios