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Poéticas en la sombra | Crítica de Danza

Cuatro mujeres luminosas

El título del último trabajo de la bailarina, coreógrafa y pedagoga Manuela Nogales, estrenado este fin de semana en el Teatro Central, habla de sombras. Y en su presentación, también se hace referencia al arte nipón del kintsugi, a las cicatrices…

Sin embargo, Poéticas en la sombra es un espectáculo luminoso, sencillo y profundo a la vez; esencial y lujoso. Un canto a la mujer y a su capacidad, no solo de resistir, sino de construir armonía y belleza a partir de cualquier situación.

Impecable de formas, muy bien vestida e iluminada, la pieza se divide en cuatro escenas centrales, cada una de ellas presidida por un instrumento musical –violonchelo, violín, guitarra y un dúo de violín y guitarra- enmarcadas en una misteriosa obertura y un epílogo, adornados ambos por las evoluciones de una enigmática mujer sin rostro –magnífica, Lucía Vázquez- sobre un continuum musical de la finlandesa Kaija Saariaho, que completa las composiciones de la sevillana Elena Mendoza y de Lehónidas Boskovec (pseudónimo de Fernando Romero).

Sin carecer de frescura, la pieza refleja a la perfección el lenguaje forjado por la coreógrafa a lo largo de los años: su amor a la música contemporánea y su manera de unir al de ella su discurso corporal, el movimiento altamente simbólico de sus brazos y sus manos, y su manera casi zen de hendir el aire incluso cuando, con los acordes del violonchelo, su danza se hace más violenta y el suelo empieza a formar parte de su trayectoria.

Como bailarina, Nogales sigue siendo estupenda, pero el espectáculo es un continuo fluir de cuatro personalidades –que podrían ser cuarenta- tan afines a su lenguaje y a su historia que, sin perder su individualidad, han logrado una armonía coral realmente difícil de alcanzar.

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