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Mercedes Ruiz & Anastasia Baraviera | Crítica

Alegres melodías de vivir

Anastasia Baraviera (izquierda) y Mercedes Ruiz en su recital del Alcázar

Anastasia Baraviera (izquierda) y Mercedes Ruiz en su recital del Alcázar / Actidea

La obra instrumental de Offenbach, dedicada casi totalmente al violonchelo, el instrumento del que fue un reconocido virtuoso, es muy poco frecuentada en conciertos y grabaciones. Mercedes Ruiz, solista de la Orquesta Barroca de Sevilla, y Anastasia Baraviera, frecuentemente su compañera de atril en el mismo conjunto, ofrecieron un par de dúos de una amplia colección de carácter pedagógico que Offenbach publicó en 1847, antes de su gran eclosión como músico teatral.

Aunque no es fácil identificar en esta música al dicharachero e irreverente compositor de comedias para los teatros de París, estas obras se caracterizan por unas magníficas hechuras técnicas y un fácil melodismo. Concebidas para el desarrollo de la técnica instrumental, Offenbach también escribe pensando en los salones parisinos en los que esta música amable e intrascendente se consumía con fruición. Late en toda ella un espíritu clásico, apolíneo, que no rechaza ni mucho menos el sentimiento, pero en el que el divertimento y la ligereza pasan por delante de la expresión trágica de las emociones, tan característica del Romanticismo que se desarrollaba paralelamente.

Haydn habría sin duda gustado de esta música tan bien perfilada y tan hábilmente trabajada en la integración de los ritmos populares de danza, una de sus grandes especialidades. Haydn, que escribió centenares de piezas para su patrón Nikolaus Esterhzay, quien gustaba de tocar el baryton, un extraño artilugio de la familia de las violas da gamba hoy en desuso. Y uno de los numerosos dúos que el músico austriaco compuso pensando en los barítonos de Esterházy fue también adaptado por Ruiz y Baraviera para su recital. Incluso en música fundamentalmente alimenticia como esta, el genio de Haydn se muestra de manera torrencial por momentos, como en el extraordinario movimiento final, que reúne la chispa de los típicos prestos del compositor con la audacia de un pasaje central contrastante de notable ingenio y expresividad.

De las interpretaciones sólo cabe decir que estuvieron a la altura de la música e incluso la ennoblecieron. Con cuerdas de tripa en sus instrumentos, Ruiz y Baraviera destacaron por la forma de combinar las nítidas articulaciones con la flexibilidad del fraseo, todo ello apoyado en un equilibrio magnífico y una tímbrica muy sugerente. La sensualidad del cello de Mercedez Ruiz en el movimiento final del Op.51 nº1 de Offenbach serviría ella sola para ejemplificar qué significa en música esa joie de vivre que figuraba como título del concierto. Un espíritu de salón, una gracia despreocupada, una elegancia efímera, un goce desinhibido que no desmintieron las otras dos obras de programa, un bolero de Kummer, violonchelista también él, y un dúo de Breuer, profesor de Offenbach, que, pese al tono algo más melancólico del tema del Andante que somete a variaciones, tampoco escapa de ese carácter de alegre (y melódica) sensación de vivir.

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