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Cultura

Miguel Benlloch, arte en tierra de nadie

  • La Sala Atín Aya muestra el trabajo del autor granadino, que en su obra se rebela contra la pereza de pensamiento

Apenas somos conscientes de ello pero cuando afirmamos algo, estamos a la vez excluyendo todo lo demás. Ocurre aún con más fuerza si dejamos que actúe el pensamiento que cabría llamar perezoso, ese que sólo funciona por oposiciones: quienes no son los míos, son extraños y a veces enemigos, y quienes no son dóciles o se empeñan en reclamar aquello a lo que creen tener derecho, fácilmente se les califica de torpes, cuando no de sediciosos o rebeldes, sin analizar qué piden y por qué razones lo hacen.

Una cosa es clara en el amplio trabajo de Miguel Benlloch (Loja, Granada, 1954): la negativa a la exclusión. A lo largo de cuatro décadas, sus propuestas se han situado en ese lugar incómodo que evita las oposiciones fáciles, los contrastes simples, la pereza del pensamiento. Este lugar no es desde luego el del consenso fácil que roza la componenda, sino el que se esfuerza en analizar las razones del otro (en especial cuando es más débil) y protegerlo. Dos obras de las expuestas parecen dar cuenta de esta inquietud: Acuchillados, una denuncia de los inmigrantes que se enfrentan a las concertinas y las padecen, y Mapuch Eh!, centrada en ese pueblo del Cono Sur que se esfuerza en mantener su identidad y su lengua en Chile.

En esta última obra Benlloch incorpora la lengua mapuche. Es un índice de ese su modo de vivir en tierra de nadie, una suerte de peregrinaje que opta por hacer arte desde fuera de él, en el exiguo espacio que vibra entre el arte y la vida, o si se prefiere, entre las cosas que parecen firmes. Un entorno que ha sido reivindicado por autores tan diversos como Peter Handke y Jasper Johns.

Hay en Benlloch un modo característico de elegir tal espacio y es la renuncia a descansar en una identidad fija. Un trabajo, no reciente pero expresivo, lo sugiere con eficacia: Tengo tiempo. El performer va despojándose sucesivamente de los más diversos trajes que lleva superpuestos hasta quedar desnudo. La performance es un arte exigente: reposa (interpóngase o no la vídeograbación) exclusivamente en el cuerpo del artista. Aquí, en esta obra, el cuerpo aparece con esa segunda piel que es el vestido. De alguna manera el vestido es la materialización, al menos tentativa, de la identidad social. La acción de Benlloch es una sucesiva asunción y rechazo de identidades posibles, hasta dejar sólo la piel, la frontera más nítida del cuerpo y también la más vulnerable, pero quizá la más dispuesta a reconocer las razones del otro.

La muestra es así una síntesis convincente del trabajo de Miguel Benlloch. La abundante documentación completa las obras, mientras los poemas del autor enriquecen su trabajo. Si alguna crítica merece la exposición es que hubiera sido conveniente dotarla de algún tipo de asiento: el espectador interesado en los vídeos lo habría agradecido.

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