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Cultura

Navegación por los cuatro costados

  • Sevilla recupera el pabellón diseñado por Vázquez Consuegra, sede del museo interactivo que ayer abrió sus puertas. La exposición temporal combina rigor histórico y diversión en un admirable diálogo con el edificio.

Con unos materiales y formas que evocan los barcos de vela y una situación privilegiada al borde del Guadalquivir, frente al casco histórico, ayer abrió sus puertas el Pabellón de la Navegación de Sevilla. Creado para la Expo 92 por el arquitecto que lo ha remodelado ahora como museo y centro de convenciones, Guillermo Vázquez Consuegra, el espacio nace con vocación de ser uno de los grandes referentes culturales de España. Sus contenidos museísticos, supervisados por el catedrático de Historia de América de la Hispalense Pablo Emilio Pérez-Mallaína, que fue el asesor del pabellón en la Expo, combinan el rigor científico con la lúdica e interactiva propuesta diseñada por la empresa sevillana GPD, que dirige Boris Micka.

"El objetivo es enseñar y entretener al mismo tiempo. El pabellón no es sólo bonito. Todo lo que aparece tiene un rigor histórico absoluto, como las ropas, las armas o los instrumentos musicales que vemos en los dibujos animados, y que han sido extraídos de documentos conservados en el Archivo de Indias. Aunque esto no es una tesis doctoral, para llegar a estos resultados hemos descartado miles de imágenes e investigado mucho, aspectos que recogerá el catálogo, que estará listo en un par de meses", explica Pérez-Mallaína ante un mapa de México del siglo XVIII y la réplica de unas monedas columnarias que el visitante debe introducir para que se active el primer audiovisual.

El Pabellón de la Navegación estuvo 12 años cerrado y el edificio, propiedad de la Empresa Pública de Gestión de Activos, dependiente de la Consejería de Hacienda de la Junta de Andalucía, ha contado con 11 millones de euros de inversión para adaptarlo a sus nuevos usos. El resultado es uno de los conjuntos más hermosos y mejor resueltos de la Sevilla contemporánea, que se dota así de un espacio capaz de dialogar de igual a igual con algunos de los iconos expositivos de las grandes capitales europeas que enfatizan el rol histórico de la navegación, como puede ser el Centro Nacional de Ciencias (Nemo) de Renzo Piano en Amsterdam. Por si fuera poco, la visita al museo se completa con la subida a la Torre Schindler, la atalaya más privilegiada de cuantas miran al río Guadalquivir desde la Cartuja.

La reacción de los primeros visitantes que ayer franquearon este espacio osciló entre la admiración de los mayores y la curiosidad y el desenfreno de los niños, que aprendieron a pilotar un barco de vela, a disparar pequeños cañones o achicar agua de la sentina, viviéndolo todo en primera persona gracias al juego multimedia interactivo de la productora Pasos Largos.

El director del Pabellón de la Navegación es Javier Sanchidrián, que compara este espacio con la imagen que presentaba hace ahora 20 años. "El pabellón original carecía de vestíbulo de entrada principal y este nuevo acceso es otra de las características que sorprenden al visitante. La actuación museográfica que se hizo en la Expo 92 invadía el volumen del pabellón, que simula el interior del casco de un barco, con sus cuadernas y el forro. En cambio, esta nueva exposición permanente es diáfana y está muy armonizada con la arquitectura. Aparte, el conjunto incluye una zona de exposiciones temporales y de eventos además de recuperar para la restauración los dos restaurantes del módulo sur y una cafetería pendiente de adjudicar que se integrará en el volumen expositivo".

En cuanto a los accesos, "en las próximas semanas", explica Sanchidrián, "se habilitará la entrada por el Jardín Americano y el paseo estará conectado con el museo por ese lado y también por el lado sur, una zona pendiente de ser recuperada para la ciudad, ahora al amparo de las obras de la Torre Pelli. Queremos recuperar y potenciar la vía del río; en el futuro, no descartamos mostrar piezas de gran formato en el exterior del recinto".

La exposición permanente, que mantiene la misma temática de la Expo 92 pero con un discurso que se modifica y dota de la más moderna tecnología digital, consta de cuatro salas que contemplan la navegación desde distintas perspectivas. El conjunto aspira a atraer unos 80.000 visitantes anuales.

La primera sala se dedica a la experiencia humana, presidida por un mar de luces compuesto por 14.500 LED y medio millón de puntos de luz, según los cálculos de Boris Micka y su equipo.

"En esta sección inicial se recrea el viaje, desde los preparativos a la llegada o el naufragio. El público atraviesa el mar, como los viejos marineros de antaño, y en su singladura encuentra las almas de otros navegantes que le aportan sus emociones, experiencias y sensaciones", relata Pablo Emilio Pérez-Mallaína. Algunos de estos viajeros a Indias son conocidos por la Historia, como la avanzada Catalina de Erauso, la Monja Alférez, pero otros son anónimos. Es el caso, por ejemplo, de Mariana Tomás, una huérfana que zarpó de Cádiz en 1810 para marcharse a América, donde su hermano, que era fraile, la reclamaba y, de paso, le pedía que le llevara semillas, prendas y tijeras de la metrópolis.

El primer tramo concluye con un guiño a la navegación moderna: unas botellas donde el visitante puede oír mensajes de los nuevos Ulises, desde deportistas a inmigrantes que cruzan el Estrecho.

En la segunda sala, dedicada a la ciencia y tecnología, aparecen parte de los contenidos que tuvo el Pabellón durante la Expo 92, como la réplica de la Nao Victoria, junto con nuevos elementos incrustados en el mural azul del diseñador Gabriel Pacheco que ilustran la evolución de las técnicas de construcción naval y los métodos de propulsión (de la vela al vapor y del diésel a la electricidad), para concluir con una referencia al futuro: el proyecto de un barco ecológico que aún no navega.

La sección tercera es la zona estrella para los menores e incluye el juego interactivo La vida a bordo. Consiste en un barco de vela, de proa a popa, que incluye una bomba de achique, un falconete, un cabrestante... El visitante asume el rol de uno de los tripulantes y manipula los elementos, evitando que el barco se hunda o encalle, mientras unos marineros muy animados le llaman "holgazán" y "mequetrefe" si fracasa, o le gritan "bravo" si completa la prueba.

La sala cuarta está dominada por las vistas espectaculares de Sevilla y el río, que el discurso museográfico aprovecha para hablar de la ligazón con la navegación de esta ciudad; una sección que cautiva a los mayores, que ayer hacían zoom con una tecnología similar a la de los teléfonos móviles para acceder a la información sobre el Arenal, la Huerta de Colón, la muralla histórica, el puerto y otros puntos destacados en grabados de la época que aquí se reproducen.

Y es que aquella capital que fue Puerto de Indias y de cuyo orto y ocaso se guarda memoria en lugares tan diversos como la Biblioteca Colombina, el Centro Velázquez, el monasterio de la Cartuja y, especialmente, el Archivo de Indias, instituciones todas ellas que aquí reciben su homenaje desde las pantallas táctiles, "tiene el derecho de reclamar su vínculo con la navegación", reivindica Javier Sanchidrián, antes de dirigir sus pasos al final del itinerario, la Torre Schindler, que permite ver el río en un sentido y otro y distinguir los hitos cruciales de la ciudad.

Para Pérez-Mallaína, visitar este nuevo museo supone "cargarse de las ambiciones y los temores de la gente que cruzó el mar desconocido y participó de aquella gran aventura de la Humanidad. Unos navegantes de los que tenemos mucho que aprender porque nosotros, también, tenemos una nueva frontera que cruzar: la espacial".

Museo de la Navegación. Isla de la Cartuja. De 10:00 a 19:30 de martes a sábado. De 10:00 a 15:00 los domingos y festivos. Lunes, cerrado. Entradas: 4,90 euros (general) y 3,50 (grupos, estudiantes, jubilados y familias numerosas).

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