Crítica de Música

Noche de emociones

Los jardines del Alcázar, en noches de verano, tienen magia. El dulce saludo del frescor a la entrada, la brisa que se presenta indefectible a escuchar las músicas que allí suenan, la caricia de los jazmines y las damas de noche, la ocasional llamada de amor de los pavos reales, las salamandras paseándose por la galería de los grutescos… Y la música. Sobre todo cuando se conjugan los hados para hacernos el presente de un momento de belleza y de escalofrío como el que conjuraron Mariví Blasco y Juan Carlos Rivera al afrontar la Ninna nanna de Merula. El hipnótico ostinato cromático magistralmente graduado por Rivera, ora en acordes, ora en arpegios, sirvió de nimbo anímico para el despliegue de la sinuosa línea de canto de la soprano, en un estado de gracia vocal esta noche y especialmente en esta obra en la que María contempla el sueño de su niño y augura los sufrimientos de su futura pasión. Imposible no sentir encogerse el corazón ante el fraseo delicado y lleno de recovecos expresivos de Blasco, con una articulación clara y diáfana que permitía seguir el texto, añadiéndole mayor carga de emotividad al momento.

El brillo, la pureza sonora y la delicadeza en el decir de la valenciana continuaron desgranando joyas como Ojos, pues me desdeñáis, un lamento amoroso que nunca nos cansaremos de escuchar, sobre todo si viene servida con la riqueza de acentos y de colores vocales e instrumentales con los que lo hizo esta pareja. También hubo lugar para el fraseo apicarado y lleno de requiebros rítmicos de canciones más alegres, especialmente con el Sarao de la chacona y sus "más de cuarenta putas saliendo de Barcelona". Rivera ofreció también unas delicadísimas y expresivas piezas a solo.

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