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Viaje a la memoria del siglo XX

Llade, Iturrriagagoitia, Rosado, Falcón, Apellániz y Estellés en el espacio Turina.

Llade, Iturrriagagoitia, Rosado, Falcón, Apellániz y Estellés en el espacio Turina. / P.J.V.

A partir del genuino musical que Orson Welles presentó junto a Cole Porter en 1946 con La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne como objeto, Laia Falcón ha creado un emotivo y estupendo espectáculo, que, en imitación de los programas de teatro radiofónico en los que también se especializó Welles, tuvo su locutor (un magnífico Martín Llade) y sus músicos en directo, acompañada la soprano madrileña por un cuarteto excepcional de solistas españoles.

El guion, original de la propia Falcón, tuvo un ritmo excelente, apoyado en el relato del novelista francés, pero con puntuaciones de interés, como la de un final que acercó el mundo derruido de 1946 (tras la SGM) con el nuestro, algo machado por la pandemia. Musicalmente, todo se justificó con un recorrido por canciones de diversas partes del orbe, enlazadas con criterios principalmente geográfico-literarios. Pero, por encima de esos detalles estructurales (sin duda, necesarios), el recital puede entenderse como un gran homenaje al impacto causado por la cultura de masas (el fonógrafo, la radio, el cine, el cabaret, la literatura y la canción populares) en la primera mitad del Novecientos, un impacto que alcanzó tal fuerza en figuras como Porter, Welles o el propio Verne (aunque en esencia decimonónico, sus libros siguieron siendo extraordinariamente leídos por todas partes durante décadas) que sus creaciones funcionan aún hoy para muchos como auténtica memoria sentimental del siglo.

Falcón hizo el alarde de cantar en hasta nueve idiomas distintos (entre ellos, árabe, chino, japonés, ruso y lo que quizá fuera bengalí o hindi), pero lo más importante es que, respetando una técnica sólida de partida, con estupenda proyección, buen control del fiato y facilidad para el agudo, encontró, gracias a una natural musicalidad, el color y la expresividad adecuados para cada momento (algo dudosa, en todo caso, resultó la heterodoxia con que afrontó Suspiros de España; oídos quizá demasiado conocedores). En su compañía, Iturriagagoitia, Apellániz, Estellés y Rosado exploraron estilos y atmósferas no demasiado habituales para ellos con una soltura y una precisión deslumbrantes. Una propuesta diferente, original, inteligente, refrescante. Al público le encantó.

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