Oniria | Crítica

Ministriles a poniente

Oniria en el Alcázar.

Oniria en el Alcázar. / Actidea

Este de Oniria, grupo que debutaba este año en el ciclo del Alcázar, ha sido uno de los conciertos más interesantes de los que en los últimos meses han desarrollado en Sevilla el viaje de Magallanes/Elcano como tema. No por el esperado repertorio en torno a arreglos de danzas, canciones, villancicos y temas sacros de la época, tengan estos mayor o menor vinculación con el épico viaje, sino por unas interpretaciones de absoluta solvencia técnica y que planteaban diversos juegos al atento oyente.

El programa se distribuyó en cinco secciones, la primera de las cuales ofreció la entrada consecutiva de los intérpretes en torno al famoso tema de La Spagna, tocada primero su melodía de tenor, luego en dúo y finalmente en una de sus versiones más conocidas del tiempo, la del sevillano Francisco de la Torre, que se ha preservado gracias al Cancionero de Palacio, y en la que destacó la nitidez de la melodía en el flexible sacabuche alto de Carmelo Sosa.

La sección americana resultó un absoluto excurso fuera de época (las cuatro piezas son muy posteriores al viaje), la asiática, se convirtió en el centro de gravedad de todo el recital, la cuarta se paseó por un tema (la canción anónima Ayo visto lo mapamundi) y su parodia (dos números abreviados de la misa de Cornago sobre ella) y la quinta, trajo la fiesta.

Entre los aspectos más interesantes del concierto figuran los contrastes de registros. Aunque la mayor parte del repertorio estaba a tres voces, lo que permitía el empleo de sacabuches alto, tenor y bajo, a veces doblaban registros (AAT, ATT, TTB, por ejemplo) e incluso los igualaban, como en Si la noche haze escura (dudosísima esa atribución a Francisco Guerrero), que tocaron con tres sacabuches tenor, ¡y sin percusión!, creando una polifonía de perfiles muy singulares que colocaron a la obra en el centro de todo el programa, por el empaste de las tres voces y el tono grave y sereno de su interpretación.

Destacable resultó también el capítulo de la ornamentación, que si pareció modesta en la mayor parte del recital, estalló de forma brillante en su quinto y último capítulo, ocupado por un par de folías ibéricas, que los tres instrumentistas de viento adornaron con disminuciones de apreciable virtuosismo, intercambiándose los papeles de solistas y acompañantes. Incluso el percusionista tuvo su pequeño momento improvisador entre ambas folías. En general, la percusión, más llamativa que sutil, sirvió para contrastar con la sonoridad oscura de los sacabuches y pareció querer destacar el flanco popular de muchas de estas músicas.

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