Orquesta Bética de Cámara | Crítica

Paisajes del alma romántica

Alberto Acuña con la orquesta Bética de Cámara dirigida por Michael Thomas.

Alberto Acuña con la orquesta Bética de Cámara dirigida por Michael Thomas. / D. S.

Obra tardía de la producción del compositor, el Concierto para flauta de Carl Reinecke es muestra de que en los márgenes del repertorio hay aún obras de belleza e inspiración muy estimables que merecen la ocasión de ser conocidas. Alberto Acuña y la Bética lo ofrecieron en una versión bien equilibrada, en la que destacó especialmente el ensoñador tiempo lento, y a la que sólo faltó un poco más de sutileza en los contrastes y un empaste algo más depurado de la orquesta (las trompas resultaron problemáticas en ese sentido toda la noche).

Más centrado en la expresión con Reinecke, Acuña pudo mostrar luego su agilidad virtuosística en la Fantasía pastoral húngara de Doppler y en el rítmico y sincopado Piazzolla de su propina.

El concierto fue en realidad casi un catálogo de posibilidades en torno a la expresión romántica: junto al formalismo de Reinecke y la fantasía virtuosística de Doppler de supuesta inspiración popular, lo folclórico se paseó también por la sugerente obra estival de Kodály (Nyári Este), que contó con unos especialmente inspirados primeros atriles de las maderas, y por supuesto por las Danzas húngaras de Brahms que, orquestadas por Dvorák, cerraron el concierto de forma algo charanguera, con un nivel de decibelios que la acústica de la sala no soporta demasiado bien.

Entre medias, al evocativo universo del Mendelssohn shakespeariano (otro mundo romántico) le faltó ese punto de misterio en la tímbrica y de sinuosidad en el fraseo que convierte lo sólido y bien hecho en mágico e inefable.

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