Cultura

Pacino hace el paseíllo

Dos temas clásicos del suspense se cruzan en esta película entretenida (sobre todo en su primera parte) que está por debajo del talento de su realizador y su intérprete. Uno es el del relato que juega con el tiempo real en el que la acción sucede y el otro es el de la cuenta atrás a partir de una amenaza de muerte. A un psiquiatra forense que parece necesitar los cuidados de un colega le amenazan de muerte, dándole 88 minutos de vida, el día en que se va a ejecutar a un asesino en serie condenado, fundamentalmente, por su informe psiquiátrico. La amenaza juega retorcidamente con lo que esa cifra significa para él, abriendo aún más una antigua herida nunca cerrada, lo que contribuye a desquiciar aún más al protagonista.

John Avnet ha dirigido mejores películas que esta -Tomates verdes fritos, Rebelión en Polonia- pero también peores -The War- e iguales en su carácter de suspense más o menos verosímil -Laberinto rojo-. Al Pacino, no hay que decirlo, también ha interpretado mejores películas que esta (y en algún caso, ¡ay!, alguna peor). Ambos están tan cómodos rodando e interpretando como todo aquel que se sitúa por debajo de sus posibilidades. El espectador tampoco está a disgusto… Hasta que el afán por la sorpresa y la truculencia obliga a la narración -literalmente- a quedar colgada en el abismo del sinsentido. Afortunadamente cuando esto pasa ya ha transcurrido más de la mitad del metraje, y el precio de la entrada se ha amortizado. Y Pacino -para bien o para mal- siempre es Pacino; es decir, un espectáculo que irrita y fascina a partes iguales. Ya saben lo que se decía de un torero: vale la pena pagar la entrada sólo por verle hacer el paseillo.

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