Paco R. Baños | Director

“Que ahora se hable de cine andaluz nos lo hemos ganado con mucho esfuerzo”

  • El realizador sevillano presentó este martes en la Sección Oficial a concurso ‘522. Un gato, un chino y mi padre’, una singular ‘road movie’ protagonizada por Natalia de Molina

Paco R. Baños (Sevilla, 1971), antes de la entrevista.

Paco R. Baños (Sevilla, 1971), antes de la entrevista. / Javier Albiñana (Málaga)

La presentación en el Festival de Málaga de una película como Ali en 2012 significó en gran medida una corriente de aire fresco con una narrativa cinematográfica honesta y particular. Detrás de aquella película estaba Paco R. Baños (Sevilla, 1971), gran aliado de Alberto Rodríguez (ejerció como ayudante de dirección en La isla mínima y dirigió dos capítulos de La peste) y cineasta de una poética fecunda e intransferible. Baños presentó este martes a concurso en el mismo certamen 522. Un gato, un chino y mi padre, una atípica road movie protagonizada por Natalia de Molina, Alberto Jo Lee, Miguel Borges y Manolo Solo.

-Una road movie protagonizada por una agorafóbica revela cierta intención en cuanto a límites asumidos. ¿Quería demostrarse a sí mismo que menos es más?

-Contar una historia permanentemente desde el punto de vista del protagonista, sin salir de ahí, ya es una piedra en el tejado que te lanzas. En este caso era fundamental respirar con el personaje: se trataba de presentar a una agorafóbica peculiar que se ve obligada a hacer un viaje al Fin del Mundo, a Portugal. Todo se cuenta no sólo desde su perspectiva, también desde su espacio físico. El objetivo era acercarnos al espectador muy desde su sitio, intentar navegar en el mismo ámbito, compartir su malestar de alguna forma, y eso ha sido difícil a la hora de rodar especialmente para la protagonista, que tenía la cámara en la nariz todo el rato.

-¿Ha podido contar la historia tal y como usted quería hacerlo?

-Así es. Desde luego, yo estaba empeñado en contar esta historia así, como lo hemos hecho. Luego, claro, vienen las limitaciones económicas, pero con eso cuentas de antemano: si tienes cinco semanas para rodar, necesitas siete. Pero la diferencia entre lo que imaginas y el resultado final es más el fruto de una evolución: todo el que puede aportar algo lo hace, especialmente los actores. Hay un grupo de personas que comparte mucho tiempo contigo para contar esa historia, y sus ideas se van incorporando. Y después están los imprevistos: durante el rodaje tuvimos muchos días de lluvia, lo que dificulta mucho las cosas en una película con tantos exteriores. Menos mal que teníamos muchas escenas también dentro de la furgoneta, que aprovechábamos para rodar cuando llovía.

-¿Y le costó mucho poner en pie este proyecto?

-Sí, de hecho ha habido momentos en que no sabía si iba a poder sacar adelante la película. Y cuando llevas tanto tiempo con el proyecto en la cabeza ya no es sólo un proyecto, es mucho más. Por eso duele cuando sólo ves obstáculos. Es muy, muy difícil minimizar los riesgos, llegar al punto en que el productor da luz verde. Empecé a trabajar en el guión en 2013, aunque pasé un año dirigiendo dos capítulos de La peste con Alberto Rodríguez y esto, inevitablemente, retrasó el proyecto.

-¿Tuvo siempre en mente a Natalia de Molina para el filme?

-La verdad es que al comienzo del proyecto la intención era contar con otra actriz que finalmente no pudo hacer la película. Como un año antes de empezar a rodar le enviamos el guión a Natalia de Molina y su respuesta fue muy positiva, lo que le agradecí muchísimo. Justo entonces se reactivó el proyecto de Animales sin collar, para el que estaba comprometida, pero al final mi película también se retrasó por otros motivos, así que al final pudimos coincidir. De hecho, nos conocimos personalmente en Sevilla, en una de los últimos días del rodaje de Animales sin collar. En todo caso, poder contar con Natalia ha sido toda una suerte. El personaje al que interpreta no es muy grato, ni para la intérprete ni para el espectador, que seguramente al comienzo de la película podría encontrarlo algo desagradable. A partir de ahí, hay que guiar al espectador para que poco a poco vaya cogiéndole cariño. Y Natalia ha hecho en este sentido un trabajo magnífico.

-¿Cómo negoció con ella la dirección de su interpretación?

-Natalia hizo mucho su trabajo por su cuenta. Desde el principio entendió que el tono de la película no era puramente dramático, que no se trataba para nada de mostrar la agorafobia como una enfermedad, sino como un elemento próximo al realismo mágico. A la hora de odiar cosas, las cabezas pueden ser muy raras; así que se trataba de mostrar de manera muy física un bloqueo emocional, de ilustrar la necesidad de volver al pasado para reforzar la identidad propia, lo que exigía en este caso al personaje que se abriera camino en otra parte. Y Natalia ha derrochado aquí entrega, lo mismo para aprender portugués con una pronunciación increíble que para conferir verdad a esa exposición física del personaje.

"No se puede pretender que una película que no tiene el mismo respaldo económico y publicitario que otras funcione igual de bien en taquilla desde el principio"

-Ali contó con una buena acogida del público. ¿Qué falla entonces para que la industria del cine se resista aún a facilitar el rodaje de películas más personales?

-El problema es que hay que darle tiempo a las cosas. No se puede pretender que una película que no tiene el mismo respaldo económico y publicitario que otras funcione igual de bien en taquilla desde el principio. Si el público no ha oído hablar de una película no se va a matar el día del estreno para ir a verlo. Es cierto que a la hora de la verdad todo funciona aquí a base de recuentos, pero a lo mejor se podrían plantear circuitos alternativos. Cuando te lías a buscar vías de financiación, apoyos y un millón de maneras de sacar una película adelante te dejas mucho pelo por el camino. Lo haces con gusto, claro, porque tu decisión ha sido esta, la de arruinarte un poquito más. Pero cuando terminé Ali dije bien claro que en mi vida iba a volver a dirigir una película, con todo lo que pasé para poder hacerla, y ya ves, aquí estamos otra vez, de perdidos al río. Yo qué sé.

-Usted, que forma parte de la avanzadilla del nuevo cine andaluz, ¿qué piensa de la consolidación de la marca?

-Antes siempre se hablaba del cine catalán o el cine de otros sitios cuando de Andalucía apenas se hacía mención como lugar de rodajes. A ver, el cine es un lenguaje universal, pero me parece interesante que se hable de un cine andaluz como un paisaje propio, singular. Creo que fue muy determinante que, al menos en Sevilla, los cineastas que empezamos a hacer cosas en su momento nos apoyáramos unos a otros y uniéramos esfuerzos. Se hizo entonces un gran esfuerzo para que salieran profesionales muy serios, a nivel técnico y artístico, y salieron. Luego llegaron los premios y los reconocimientos y mucha gente empezó a mirar al sur, pero que conste que eso nos lo hemos ganado con mucho esfuerzo. Nadie nos lo ha regalado. Al mismo tiempo, gracias a esos mismos profesionales, se ha reforzado también la proyección de Andalucía como plató para rodajes. Y esto también ha costado mucho trabajo.

-¿Cree que servirá para algo la Ley del Cine de Andalucía?

-Hacer cine es muy complicado y se necesitan todo tipo de apoyos. Estoy seguro de que desde las instituciones se pueden abrir puertas. El problema es que tiene que ponerse demasiada gente de acuerdo para cosas muy concretas. Hay que tener muy claro que el cine es cultura, ante todo. Seguramente por esto es tan difícil casarlo con la parte del negocio.

-¿Tiene ya en mente algún proyecto por el que se arrepiente en el futuro de su decisión de no volver a rodar una película?

-Sí, tengo por ahí otra historia, desde hace ya tiempo. Guardo en el saco ideas y documentos. En realidad, uno nunca deja de imaginar historias. Eso sí sale más barato.

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