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Novela negra

Pasión por el crimen

  • Este diccionario guarda más relación con la autobiografía del autor que con los estudios literarios propiamente dichos

El autor francés Pierre Lemaitre (París, 1951).

El autor francés Pierre Lemaitre (París, 1951). / DS

DESDE que el género policíaco pugna por atravesar esa difusa frontera que separa la cultura popular de la del mármol y el ateneo, esto es, desde que lucha por volverse respetable y poner sus papeles en regla, no son pocos los ensayos, historias, glosarios que lo abordan en sentido erudito, buscándole precursores y parecidos de familia y trazando para él una genealogía que lo entronque con las grandes estirpes de la literatura oficial. Este Diccionario apasionado, según confiesa en las líneas iniciales, no desea pertenecer a dicha cuerda. No le mueve la tendencia tan francesa de enredar lo moderno con lo extravagante, rizar el rizo o epatar mezclando las churras de la cultura barata con las merinas del análisis de posgrado. No: lo suyo, o eso afirma, consiste en ofrecer una somera relación de las lecturas que más han interesado a su autor, que le invitaron a convertirse en lo que es, que marcan, que siempre han marcado, las coordenadas del género. A pesar de su título, la obra guarda más relación con la autobiografía que con los estudios literarios propiamente dichos.

Dos son los polos temáticos de este Diccionario: uno, la novela policíaca; otro, el escritor de novelas policíacas, que lee, aprecia y juzga novelas policíacas. De este último sabemos ya de sobra: si alguna presentación necesita Pierre Lemaitre, basta con recorrer su excelente serie inaugural sobre el comandante Verhoeven (cuatro títulos aparecidos entre 2006 y 2012), además de otros textos negros sueltos (como Vestido de novia, de 2009), rematada luego por el éxito de su trilogía Los hijos del desastre (2013-2020), que fue llevada al cómic y a la pantalla y que le mereció un preciado Goncourt. Lemaitre pertenece a esa clase de escritores, galos en su mayoría, que se consagraron en el cultivo de una marca popular y luego saltaron a la cultura con mayúsculas, convirtiéndose en clásicos instantáneos de nuestro tiempo. Esa ambivalencia, esa falta de acuerdo definitivo entre zona centro y barriada de la periferia, tiñe algunos de los encabezamientos más jugosos del Diccionario y les da un sabor particular.

Porque el primer polo, el principal, de la obra, es nada menos que la novela policíaca tal cual, en toda su amplitud y tamaño, o, como la llaman los franceses, el polar. Este marchamo, que hace pensar de inmediato en Jean-Paul Belmondo o el Borsalino de Alain Delon, tiene evidentemente menos que ver con las pacientes deducciones de Sherlock Holmes que con toda la mugre destapada por los detectives del negro norteamericano, de Hammett a nuestros días. Consciente de ello, Lemaitre traza una distinción neta entre dos maneras de hacer literatura policial, la del whodunit (ejercicio analítico propio de los años veinte del pasado siglo, donde el relato es una excusa para el despliegue de las facultades lógicas del investigador: Holmes, el padre Brown, Poirot) y la del hardboiled (confusa amalgama de violencia, realismo y denuncia social donde la deducción no juega ningún papel y el peso de la trama recae en el carisma del héroe o antihéroe: Sam Spade, Philip Marlowe, Mike Hammer), dicotomía esta que también puede sintetizarse en el dilema de Jean-Patrick Manchette entre “la cabeza y los cojones”. El partido de Lemaitre queda claro en su entrada dedicada a la autora de Diez negritos: “Hoy, la obra de Agatha Christie forma parte de la arqueología de la novela policíaca. Si aún se puede leer, es desde ese punto de vista”.

Por eso, como buen francés, él opta por la nouvelle vague y dedica páginas a diestro y siniestro a los autores más recientes, sobre todo, y es natural, a los que le cogen más cerca de casa: Mankell, Markaris, Pérez Reverte, Rankin, pero también Fred Vargas, Boileau y Narcejac, Manchette, Didier Daeninck y François Guérif. Sus servicios a la República quedan patentes asimismo cuando mete baza en la cansina discusión sobre quién inventó el género, si se hizo a un lado u otro del Atlántico, y él coloca a Balzac y Gaboriau frente a Poe y Dickens. Otras entradas discuten, según he comentado más arriba, el estatus de la novela negra y reivindican su valía por encima de los recelos académicos que sólo ven en ella un subproducto para masas.Dirigido tanto al especialista como al curioso ocasional, este Diccionario posee muchos y variados méritos: lectura agradable, voluntad de cercanía, acierto pedagógico, pautas de lectura que servirán a muchos (y yo me incluyo entre ellos) para desbrozar el camino hacia textos no conocidos todavía pero a los que de seguro merece la pena llegar.

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