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Cultura

Perpetrar la parodia

La comedia paródica posmoderna asume su condición de abanderada del grasiento fast food audiovisual en la celeridad con la que se suceden, temporada tras temporada, las películas-compendio que hacen del reciclaje políticamente incorrecto de exitosos materiales (de desecho) su única y última razón de ser.

En la línea de sus predecesoras Scary movie y Epic movie, todas ellas herederas de la tradición paródica de las comedias producidas, escritas y dirigidas por los inefables Jerry y David Zucker y Jim Abrahams en las décadas de los 80 y 90 (unas más afortunadas y soeces que otras: Aterriza como puedas, Top Secret, Hot Shots!, Agárralo como puedas, etc), Casi 300 juega todas sus cartas a la explotación desvergonzada y artera del chiste zafio, homófobo y (pretendidamente) incorrecto a costa de algunos de los blockbusters de la temporada pasada y desde la acumulación continua y digresiva de algunas de sus secuencias más significativas en una narrativa desquiciada y a la deriva.

Pero hay una novedad en este esquema. Consciente del paulatino desplazamiento del protagonismo del cine en el seno del audiovisual contemporáneo, Casi 300 asume ya su condición de producto mediático bastardo que necesita forzosamente de la televisión y sus nuevos iconos (incluidos los del mundo del famoseo rosa) para sobrevivir.

Y es así como por las malolientes y sintéticas imágenes de este filme en (des)composición desfilan sin hartazgo desde unos espartanos amanerados a un James Bond con pluma, de los pingüinos danzarines de Happy feet a un Shrek con vomitona, de Brangelina (Angenina Jolie y Brad Pitt para los no iniciados) a los bocatas de Subway o los ordenadores Macintosh, de los miembros del jurado de la versión americana de Tienes Talento a una Britney Spears enajenada y sin afeitar, de Paris Hilton a los bailarines de Stomp the yard, de Spiderman 3 a los videojuegos, de Youtube a Transformers, de Carmen Electra, parodia de sí misma, a los genitales pixelados de la díscola niña mala Lindsay Lohan: toda una pasarela del horror que, en el fondo, funciona como espejo deformante y preocupante del homo-videns en el que nos hemos acabado convirtiendo.

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