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ROSS | CRÍTICA

Demasiado ensueño sonoro

Michel Plasson y la Sinfónica.

Michel Plasson y la Sinfónica. / Guillermo Mendo

Extrañas y encontradas vibraciones las concitadas por este primer concierto de abono de la ROSS, por este reencuentro con su público tras más tiempo del debido y del conveniente. Alegría por un lado por la reanudación de la actividad sinfónica; incertidumbre por otro ante el futuro inmediato; extrañeza por ese clima de prevención y miedo en el Maestranza, por los controles, las mascarillas, la duda ante cualquier gesto otrora tan sencillo, hoy tan cargado de amenazas. Incluso resultó raro, en medio de este clima, ver a Plasson quitarse la mascarilla para dirigir, saludar a los músicos, arrancar flores del centro del escenario y distribuirlas entre el público y entre la orquesta.

Concierto sin pausas, con orgánico reducido y programa también encogido, apenas una hora de música francesa en manos de un reputado especialista como Plasson. El tiempo ha hecho su mella en sus ademanes directoriales, poco claros en sus indicaciones. Fue clara su tendencia a ralentizar el fraseo, a deternerse con excesiva parsimonia en las circunvoluciones de la música de Fauré, tan delicada y tan transparente que sufre mal de una dirección adormecida. El sonido de la orquesta fue toda la noche un dechado de ingravidez y de tersura en las cuerdas y de color y matices en las maderas, pero Plasson eliminó todo ápice de dramaticidad y de tensión incluso en La muerte de Mélisande. Para olvidar la obra de Gounod por su insubstancialidad y por la versión sin energía y sin acentos de Plasson, que quizá tuvo sus mejores momentos en las piezas infantiles de Ravel.

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