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arte

Puntos de vista femeninos

  • La Sala Atín Aya del Ayuntamiento de Sevilla acoge la exposición colectiva 'Feminart'.

También el arte vetó a las mujeres. Gaspara Stampa, Francesca Caccini o Artemisia Gentileschi, que en pleno siglo XVI se empeñaron en ser artistas y fueron al fin aceptadas en la poesía, la música y la pintura, tienen el aura de lo excepcional y aun de lo heroico. Mucho tiempo habría de transcurrir aún hasta aceptar a las mujeres como artistas. En pleno siglo XX, Meret Oppenheim es más conocida por haber sido modelo de Man Ray (Erotique voilée) que por sus obras, como ocurre con Dora Maar, cuya relación con Picasso llega a silenciar su buen hacer como fotógrafa. Sólo mediado el siglo XX la mujer artista llega a ser socialmente aceptada.

No sé si por esa razón algunas exposiciones compuestas en exclusiva por mujeres son, como ocurre con ésta, demasiado generosas en el número de autoras y de obras, así como en la calidad de los trabajos, lo que dificulta la reseña crítica de la muestra. Hay que seleccionar a riesgo de que algún silencio sea injusto.

Con esa reserva, comienzo destacando el trabajo de Estíbaliz Sádaba, un vídeo que muestra la cara oculta del museo, la limpieza, asignada con frecuencia a las mujeres: sacar brillo al suelo entre las patas de la gigantesca araña de Louise Bourgeois no deja de ser significativo. En parecido sentido, pero en dirección contraria, la obra de Larissa Sansour, un sueño imposible: mujer y palestina que llega en viaje espacial a la Luna para fijar allí su bandera.

La ironía preside el vídeo (también muy breve) de Rosalía Banet: en Leftlovers, unas manos de mujer muelen breves esculturas de varón que, mezcladas con harina Love Aroma y crema Eternity, forman cinco pastas en forma de corazón. Un tono más cáustico tienen los trabajos de Yolanda Domínguez: una cuidada colección de maniquíes señala el carácter disciplinario de la moda que las culturas patriarcales, todas, imponen a las mujeres. En otra obra, una videoperformance, un número considerable de mujeres acuden, esperan, hacen cola y tramitan en el Registro de la Propiedad la documentación necesaria para que conste que su cuerpo sólo les pertenece a ellas: una respuesta a los supuestos ideológicos de la reforma propuesta por el ex ministro Gallardón de la Ley del Aborto.

Susana Ibáñez roza el sarcasmo en su reflexión sobre los ideales místicos y ascéticos de las comunidades religiosas femeninas. Fotos, dibujos y objetos componen una suerte de anti-hagiografía: cuanto las antiguas vidas de santas enfatizaban, aquí se convierte en alucinación con inteligentes toques de fetichismo.

Sereno pero lleno de emoción es el vídeo de Cristina Mejías: una exploración de la memoria y el gesto de una anciana, su abuela, que insensiblemente une el contenido de sus recuerdos al del contexto donde estos se produjeron.

El trabajo de Mara León es riguroso y arriesgado. Aquejada la artista de un cáncer de mama, da cuenta de las consecuencias de su enfermedad. Con sencillez y claridad, no exenta de dolor, muestra la pérdida del pelo a lo que añade unas fotos en la que su pecho desnudo espera un implante que tarda en producirse. Mara León coloca esta imagen, cada día de espera, en una dependencia diferente del centro sanitario que debe atenderla.

Poco hay que decir de la obra de Esther Ferrer salvo que la que aparece en la muestra es quizá la primera videoperformance de la veterana artista. Ella siempre había preferido la acción en directo, sin cámaras de por medio, pero aquí nos beneficiamos de su cambio de idea.

Termino reseñando tres obras con un denominador común, la maternidad. Excelente la serie Alma Máter (sic) de Isa Sanz: 13 fotos (100 x 65 cm.) de mujeres que amamantan a sus hijos. Las imágenes tienen la difícil virtud de sintetizar un claro naturalismo con un valores simbólicos muy diferentes. Frente a esta serie, seis fotografías de Cristina García Rodero, de diversas fechas y series, pero en las que de un modo del todo diferente al de Isa Sanz se une el realismo (en este caso del reportaje o el informe antropológico) con la el vigor del símbolo. Esta sala, la de la planta baja, se cierra con piezas de Julia Bonanni. Sólo destacaré su peculiar versión de la Creación de Miguel Ángel: una robusta matrona da vida con su dedo a una chica desnuda en avanzado estado de gestación. La fotografía va mucho más allá del humor.

La muestra merece una despaciosa visita aunque evidencie cierta precipitación. Se echan de menos cartelas explicativas, la iluminación en ocasiones es inadecuada y alguna obra, como la de Esther Ferrer, exige una instalación más respetuosa. Que el Ayuntamiento reabra la antigua Sala Villasís es una buena noticia, pero debía haber cuidado más su casi primera exposición.

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