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ROSS | Crítica

El debutante y la estilista

Akiko Suwanai y Rodrigo Tomillo con la ROSS.

Akiko Suwanai y Rodrigo Tomillo con la ROSS. / Guillermo Mendo

Rodrigo Tomillo (Sevilla, 1976), maestro de sólida carrera en Alemania, debutaba en concierto de abono con la orquesta de su ciudad natal con un programa que le permitía mostrar primero su faceta de acompañante y enfrentarse después a una de las grandes obras del repertorio romántico internacional. Dirigió de memoria (lo cual en Brahms puede ser normal para alguien que trabaja en Alemania, pero en Prokófiev no tanto) y desde el pianissimo inicial de las violas sostuvo el canto del violín de Suwanai con sutileza y limpieza contenida, realzando en todo momento el papel de la solista.

La violinista japonesa hizo una lectura de un lirismo trascendido, que no se descompuso ni en el Vivacissimo central, con un fraseo exquisito y un sonido entre sensual y leve absolutamente delicioso. Fue un Prokófiev estilizado, delicado, pero en absoluto melifluo, firme, colorido, antológico, ante un público que se mostró sorprendentemente tacaño en el aplauso.

Con gestualidad atlética, esforzada (y poca mano izquierda) afrontó Tomillo la 1ª Sinfonía de Brahms, como si desde el primer segundo quisiera mantener la vibración musical en niveles altísimos. A partir del segundo movimiento su gesto se hizo, en cualquier caso, más suave, más ortodoxo también.

Su versión de la magna obra brahmsiana resultó más que correcta. En obra de tal densidad, tan repleta de contenido, logró una claridad general del tejido polifónico ciertamente admirable y, aunque en el arranque hubo ocasionales caídas de tensión y el Andante sostenuto sonó acaso algo plano en inflexiones dinámicas y agógicas, su lectura, de tempi en general vivos, fue coherente y permitió seguir sin sobresaltos la enorme riqueza de la orquesta de Brahms, la solidez constructiva, los contrastes de humor hasta un final de tensiones de enardecida resolución.

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