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ROSS. Solistas y Maestros 2 | Crítica

Fanfarrias para un mito

Christian Lindberg con un quinteto de metales de la ROSS.

Christian Lindberg con un quinteto de metales de la ROSS. / Guillermo Mendo

Algunos lo recordarán de la Expo’92, cuando llegó a este mismo teatro en una Harley Davidson y vestido de motero para tocar el pintoresco Concierto que le dedicó su compatriota Jan Sandström. Entonces era un joven virtuoso que deslumbraba allá por donde pasaba. Hoy es casi un mito. A sus 64 años recién cumplidos, el sueco Christian Lindberg volvió al Maestranza para ponerse al frente de la sección de metales de la ROSS en un concierto al que sólo cabe achacar su propia naturaleza: casi hora y media de música para metales es sólo para los muy cafeteros.

Lindberg además participó como solista únicamente en dos obras: el tributo a los grandes del swing de los años 40 escrito por Tarrodi en la primera parte y el popurrí operístico debido a Anders Högstedt en la segunda. Bastó para apreciar la flexibilidad con la que su trombón da sentido a cada frase, combinando articulaciones casi vocales, de gozosa sensualidad plástica, con glissandi espectaculares y siempre una precisión y un control rítmico admirables.

El resto del concierto, Lindberg dirigió con gesto un tanto primario pero buen estilo a esta ROSS metálica que sonó brillantísima en una música que se movió entre la atmósfera litúrgica de la policoralidad de Gabrieli y el dinamismo casi hollywoodiense de las fanfarrias, tan teatrales, de Tomasi, en las que los profesores de la orquesta lograron una conjunción extraordinaria y una asombrosa variedad de matices en sus continuos juegos polifónicos, sus cambios texturales y sus contrastadas dinámicas.

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