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ROSS. 6º de abono | Crítica

Un festín de color orquestal

El Dúo Gurfinkel tocando  Images of the Soul de Yusupov junto a la ROSS.

El Dúo Gurfinkel tocando Images of the Soul de Yusupov junto a la ROSS. / Guillermo Mendo

La música rusa de la segunda mitad del siglo XIX desarrolló un especial sentido del color sinfónico, un fulgor orquestal que, aunque al grupo nacionalista de Los Cinco les pesase, no es una nota que provenga de la tradición local, sino un rasgo foráneo. Es posiblemente la concepción de la orquesta de Berlioz la que más influyó en este brillo que puede apreciarse muy especialmente en Rimski-Kórsakov, presente en el programa por partida doble, como arreglista de Una noche en el monte pelado de Mússorgski y como autor del Capricho español, primera y última obras del programa que presentó la ROSS en su 6º de abono.

La claridad de los planos sonoros que permitió disfrutar al final de los solistas de la orquesta faltó en la obra de Mússorgski, que sonó plana, con perfiles poco definidos y una falta bastante notable de relieve, con tempi siempre muy rápidos y dinámicas demasiado polarizadas, sin claroscuros y sin misterio. Se ofreció la versión arreglada por Rimski, no la original, mucho más ruda y espontánea, de Mússorgski, pero ni el refinamiento rimskiano sobresalió en una interpretación poco sutil. 

Natural de Tayikistán, aunque de nacionalidad israelí, Benjamin Yusupov dirigía por primera vez a la ROSS y estrenaba en España Images of the soul, un concierto para dos clarinetes que tocaron como solistas dos hermanos gemelos israelíes de origen ruso, Daniel y Alexander Gurfinkel. Se trata de una obra en cuatro movimientos casi de sinfonía clásica, que arranca con un primer tiempo oscuro, con detalles teatrales (uno de los clarinetes empieza tocando fuera de escena y entra y se acerca al proscenio en el transcurso del movimiento) y una explotación intensa del registro medio y grave de los clarinetes que, entre imitaciones y juegos de eco, son envueltos por unas densas texturas orquestales de tono amenazante. Sigue un Scherzo muy agitado, en el que los clarinetes parecen gritar y que incluye notas de la tradición klezmer, un Adagio distendido, no especialmente emotivo, y un final delirante del que emergen ritmos latinos. El acompañamiento de la obra explota todos los timbres orquestales aunque hace especial hincapié en la percusión.

Los Gurfinkel tocaron luego una extensa propina de una música  que, entre resonancias judías, cinematográficas y populares, fue muy bien acogida por el público.

La pieza del programa que se escuchó inmediatamente después del descanso fue el Capricho italiano de Chaikovski, que  sonó como lo que es, una pieza frívola, superficial, pero llena de encanto melódico y de fuerza rítmica que Yusupov dirigió con brío y aseo y los profesores de la Sinfónica sevillana tocaron con frío esmero.

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