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Variation(s) | Crítica de danza

Danza para el espíritu

La bailarina Annie Hanauer danza en solitario en 'Variation(s).

La bailarina Annie Hanauer danza en solitario en 'Variation(s). / Nicolas Lelièvre

 

Rachid Ouramdane, uno de los creadores que visita frecuentemente el teatro Central, ha demostrado con creces a lo largo de los años que domina distintos formatos, oscilando con maestría entre la danza, el teatro y el documental.

Lo conocimos interpretando solos de temas socialmente comprometidos y lo hemos visto coreografiar a dieciséis acróbatas, pero hay que admitir que tiene una sensibilidad especial para lo íntimo, para esas obras pequeñas, sencillas, en las que le ofrece a uno o dos de sus intérpretes la oportunidad de desarrollar todas sus potencialidades.

Fue el caso de aquel bellísimo Tordre que vimos en 2014 y es el caso de este dúo de solos que ha presentado este fin de semana en el Central.

Variation(s) está compuesto por dos solos de dos de sus colaboradores habituales, Rubén Sánchez y Annie Hanauer. Un dúo de solos que, en realidad, es un trío, dada la relevancia de la música original de Jean-Baptiste Julien, o incluso un cuarteto, si añadimos la magnífica iluminación con que los envuelve.

En el escenario vacío, una tarima rectangular sonorizada será el único elemento sobre el que el bailarín de claqué (y de otras muchas disciplinas) Rubén Sánchez, haciendo un instrumento de sus pies y de todo su cuerpo, ofrecerá un auténtico concierto.

El bailarín parte del silencio con una estructura rítmica simple, que irá repitiendo por ciclos, haciéndola más compleja, más rabiosa en ocasiones, hasta implicar a sus manos y a todo su cuerpo, recordándonos a veces, aunque con ritmos diferentes, al bailaor Israel Galván.

Sánchez consigue hipnotizarnos hasta que no pensamos más que en sus pies, que rozan, golpean o se deslizan produciendo cientos de sonoridades; y en su cuerpo, que entra en efervescencia cuando suena la música vivificadora de Julien y lo impulsa a bailar casi hasta la extenuación.

Luego se apagan las luces y, sobre esas vibraciones que quedaron flotando, ya con el escenario vacío, sin la tarima, aparece Annie Hanauer, igualmente sencilla, vestida de negro, para continuar con el ritmo interrumpido.

Ella –ya lo demostró en Tordre- es pura melodía. Su movimiento fluye de cada una de las partes de su cuerpo, incluida su expresiva cabellera. Incluso sin mover los pies, puede generar mil matices sin perder un ápice de su fuerza y de su dinamismo; pura danza que ella despliega, en un cómplice diálogo con la música, sobre sí misma y sobre los cuatro puntos cardinales del escenario.

Porque Annie Hanauer es pura luz que no huye de la oscuridad, y nos arrastra con ella a donde quiere, aunque estemos en el otro lado, en el patio de butacas. Tan hartos de eslóganes, de palabras vacías… que lo único que queremos es bailar con ella, con ellos.

 

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