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Riches D'Amour | Crítica

Buscando a Magallanes sin red

Riches D'Amour en el Palacio de los Marqueses de la Algaba.

Riches D'Amour en el Palacio de los Marqueses de la Algaba. / D. S.

Riches D’Amour busca en la desnudez y la fidelidad el acercamiento al universo musical que se mueve entre medievo y Edad Moderna, entre una cantiga de amigo gallega de principios del siglo XIV y los cancioneros del XVI.

Domina lo arcaico, no sólo por repertorio (Cornago y Dufay fueron los nombres propios más convocados), sino por un tipo de interpretación en la que las sonoridades de orlos y cornetas remiten continuamente al mundo tardomedieval de ministriles y juglares, pero sobre todo, por unas pretensiones de autenticidad que terminan derivando en lecturas monocromas, literales de un repertorio que pide a gritos la variación.

Hay en las formas de este grupo sevillano como una rebelión contra las nuevas maneras de interpretación de la música antigua, que hacen de la glosa y la fantasía puntal esencial de la recreación de estas músicas. Hay aquí un retraimiento consciente, una reducción a lo básico, a poner los signos del papel en los instrumentos y las voces sin apenas concesiones a la recreación personal.

Eso supone gran confianza en el repertorio y en sus dotes interpretativas, pero el resultado tuvo más de monótono que de descubrimiento. Más allá de un arranque de dudosa afinación, hubo una general falta de empaste de las cornetas con los otros instrumentos, un bajo demasiado difuso y voces irregulares. Alberto Barea explota con sentido su bello timbre de tenorino y Carmen Hidalgo puso encanto en su cantiga, pero, en su pretendida rusticidad, las toscas maneras de Pascual no tuvieron contrapartida expresiva de ningún tipo.

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