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Rubén Olmo y Eduardo Leal | Crítica

El toro del silencio

Rubén Olmo por seguiriyas en los Jueves Flamencos.

Rubén Olmo por seguiriyas en los Jueves Flamencos. / Remedios Málvarez/Fundación Cajasol

Un espectáculo tenso, muy enérgico y técnico. Por eso el paso a dos del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, recuperado para esta presentación, fue un reducto de paz, de lirismo, de dulzura. La compenetración de los dos bailaores es total en las tres piezas que hicieron juntos, incluyendo la seguiriya con las blusas de flecos, espectaculares en las vueltas, y el número final con los vistosos mantones llenando la escena toda. Pero me quedo con el paso a dos mencionado por la delicadeza y la verdad, porque ahí se paró el frenesí y pudimos disfrutar de la danza, del puro gusto de mover el cuerpo al compás de la melodía. Por la compenetración a la hora de usar el capote como si se tratara de un único intérprete. Y ¡qué melodía! La que firma Rafael Riqueni. Correspondió un solo a cada bailaor, aunque las dos interpretaciones respondieron a una misma estética. Eduardo Leal hizo una soleá hipnótica, muy solemne, percusiva. Y el taranto fue, en algunos pasajes, atronador, conjugando el patetismo de los cantes mineros con el sentido lúdico del tango en el que Olmo se recogió y se gustó. Nos gustó.El grupo estuvo a la altura de la enorme exigencia técnica que se le requería desde el baile y nos ofreció un par de instrumentales a cargo del piano y la percusión. Al final del espectáculo su director ofreció un pequeño parlamento, algo que ya se está convirtiendo en norma en los últimos tiempos, recordando la grandeza de este ciclo que ha protagonizado el jondo sevillano en las dos últimas décadas y que poco a poco se va muriendo o lo van matando. Completamente de acuerdo.

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