Joaquín Sabina se ganó este sábado, como tantas veces anteriores, al público sevillano, pero en esta ocasión la liturgia con la que el músico se encontraba con sus fieles tenía un inusual carácter de reconciliación, después de ciertas declaraciones que el cantante hizo este verano en una actuación  en Huelva sobre la capital andaluza -sólo "una broma de bar", reconocería más tarde- que levantaron ampollas en la población hispalense. Sabina fue valiente y no eludió hablar de aquella inesperada confrontación: sacó el tema ya al comienzo del concierto.

La anécdota, en todo caso, estaba destinada a olvidarse gracias a un sólido repertorio que combinaba clásicos y temas de su último álbum, Vinagre y rosas, y por el carisma de un veterano que domina los recursos para ganarse el corazón de los espectadores y que anoche desplegó una actitud entregada en el Auditorio Rocío Jurado. Aunque Sabina ha expresado en alguna ocasión su idea de que ésta sería su última gira para estadios y grandes superficies, y ha comentado que el cuerpo le pedía algo más íntimo, el lleno que registró ayer el recinto demuestra que el jiennense sigue siendo un imán para multitudes.