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CUARTETO DANEL | CRÍTICA

Los sonidos de la congoja

El Cuarteto Danel

El Cuarteto Danel / Marco Borggreve

Primero vino la luz, la risueña ensoñación envuelta en brillos de serenidad, en reflejos de tiempos felices y vestida de colores y tonos amables. Era el primero de los cuartetos de Shostakovich, un inesperado remanso de serenidad y de melodías felices. El Cuarteto Danel conoce a la perfección esta autobiografía sonora que son los cuartetos del compositor ruso y sabe por ello encontrar el tono en la articulación y el color apropiado para cada uno de estos autorretratos. En el primero de ello se instalaron en una articulación suavemente ligada y en un vibrato muy matizado, buscando esos perfiles de felicidad añorada que se manifestaron en unos juegos muy sutiles de dinámicas. El aire danzable del Allegro molto vio reforzada su faceta onírica con las bellas sonoridades de las cuerdas con sordina para dar paso a los acentos rudos y rústicos del Allegro final.

Luego llegó el oscurecimiento del sonido y la densificación de las texturas en el nº 10, en el que la tensión se podía adivinar en la manera tan sutil como firme en la que viola y chelo marcaban los ominosos ostinati, que no hacían sino presagiar la furia y el grito del segundo tiempo, una proeza técnica de expresividad sin perder nunca la definición del sonido. El chelo entonó su desolado canto en el Adagio y preparó el camino para la nueva descarga emotiva final llena de sonidos ácidos que se difuminaron en un pianissimo final subyugante.

Y finalmente arribó la desesperada llamada del nº 8, desde la tensión acumulada inicial al impresionantemente regulado diminuendo final.

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