Solistas de la ROSS | Crítica

Vientos para acompañar la lluvia

Solistas de la ROSS tocando la Serenata de Dvorák en el Espacio Turina.

Solistas de la ROSS tocando la Serenata de Dvorák en el Espacio Turina. / Guillermo Mendo

Llegaron al fin las lluvias otoñales y coincidieron con esta sesión que presentaba a un buen número de intérpretes de viento de la ROSS. Tras las cuerdas a mediados de semana en el Lope de Vega, los vientos en la Turina, dentro de estos nuevos planteamientos que gerencia y dirección del conjunto parecen querer emprender. Habida cuenta de que las matinales camerísticas de los domingos rara vez abarrotaban la Sala Silvio, no parece en principio demasiado razonable doblar algunas de esas citas, pues la saturación es un riesgo que amenaza ya realmente la vida musical sevillana. Ya se verá si atrae a más espectadores. Tampoco es que la ROSS se lo haya tomado muy en serio: sin programas de mano (si esta es una de esas cosas que la pandemia ha traído para quedarse, mal vamos) y sin que los nombres de los intérpretes aparezcan en ningún lado (ni en la web: una falta de cortesía con los profesores por completo impropia e injustificable), teniendo además en cuenta que hubo cambio en la ordenación de las obras (sí, el programa actualizado estaba en la pantalla a la entrada, pero no, no es suficiente), nadie pensó que a lo mejor estaba bien decirle alguna cosa al público.

Por otro lado, la sesión permitió asistir al hecho insólito de ver a un maestro dirigiendo un quinteto de metales. Más concretamente a dos, pues la ROSS tiró de sus efectivos y usó a cinco músicos para la obra de Ewald y otros cinco distintos para la de Cosma. En cualquier caso, Soustrot, se puso en un lateral y empleó una austerísima gestualidad (tampoco es que los músicos le prestaran gran atención, la verdad). Música brillante esta, muy conocida por las formaciones de este tipo, un tanto epidérmica, por más que aquí y allá aparezcan algunos elementos evocativos (tan rusos en Ewald, tan cinematográficos en Cosma, especialmente en el Andante intermedio), los profesores de la ROSS cumplieron de sobra con versiones de apreciable virtuosismo, magníficamente articuladas y fraseadas.

Distinta es la Serenata Op.44 de Dvorák, quizás no tan famosa como su Serenata de cuerdas (tres años anterior), pero obra de notable interés, escrita para una formación poco común (dos oboes, dos clarinetes, dos fagotes, contrafagot, tres trompas, violonchelo y contrabajo) que sí justifica la presencia del director. Soustrot, ahora mucho más activo, logró empaste y claridad en el conjunto, bien marcado el aire de marcha tanto al principio como al final (herencia insoslayable de las serenatas clásicas), y no puso especial énfasis en destacar el colorido eslavo de la música (ese trío de un minueto demasiado lento quedó algo lánguido), ni tampoco en la férrea rítmica del compositor checo. Es como si, entregado al control de las dinámicas y a una correcta disposición de los matices agógicos, el maestro buscara una expresión más leve, etérea, más francesa que bohemia.

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