Solistas de la ROSS | Crítica

Del énfasis romántico a la fiesta

Un momento del concierto en el Espacio Turina

Un momento del concierto en el Espacio Turina / Guillermo Mendo

Una de las ventajas del ciclo de cámara de la ROSS es la de poder presentar formaciones poco habituales. La del sexteto de cuerdas es una de ellas, aunque en este caso se sustituyera el segundo violonchelo de las tres obras de programa por un contrabajo, lo que, se nos dijo, potencia el registro grave, algo en lo que sin duda también pensaron Borodin, Strauss y Chaikovski.

El concierto fue en cualquier caso extraordinario. Empezó con ese Borodin que mira a Mendelssohn en una obrita en dos movimientos interpretada con brillantez y tersura. Siguió con el punto más problemático de toda la sesión: el sexteto de Capricho de Strauss es obra de una notable densidad polifónica, pero que el gran compositor bávaro hace compatible con el lirismo más arrebatador y la transparencia más enjundiosa, y aquí es donde los intérpretes parecieron dejarse ir hacia el énfasis más romántico, sin atender lo suficiente a la claridad textural.

Chaikovski fue una fiesta. El tono entre concertante y dialógico de su Souvenir de Florence fue bien recogido en una versión enérgica y vibrante, con algún roce ocasional (en especial en las respuestas del violonchelo del Adagio) que no afectó sustancialmente al magnífico equilibrio general, el buen perfilado por los extremos y los intensos contrastes entre los dos primeros movimientos, de un clasicismo muy centroeuropeo, y los dos últimos, tan rusos en sus temas y su rítmica, con ese alarde contrapuntístico del final expuesto, ahora sí, con absoluta transparencia.

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