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Crítica de Teatro

Sufridos éxitos de Sísifo

Atacada de sobreescritura, Mammón empieza asustando -las maneras subrayadas de un telediario de la Sexta en Alepo- para después darse la vuelta como un calcetín y reírse de sus propias costuras, sin por ello dejar de lado ni los subrayados ni la sobreexplicación, ahora dirigidos con más tino y gracia.

Ante las idas y venidas de esta divertida obra uno recordaba aquello que observó Serge Daney a propósito del cine de Léos Carax: la cantidad de músculo y trabajo, de desgaste y pirotecnia, que desempeñaba para arribar a aquellas emociones que la vieja guardia godardiana lograba simplemente filmando una mano o un rostro. Salvando las distancias, podríamos aquí señalar una parecida paradoja y extrañeza, ahora inter-mediática: qué despliegue, qué disciplinado alboroto el orquestado por Albert, Borràs y el resto de actores para arrimarse a los logros del audiovisual posmoderno donde todo esto ya ha tenido lugar. Claro que impresiona, como decimos, asistir en directo a la coreografía de fragmentos característica de un Tarantino, al exceso narrativo del último Scorsese, incluso a las distopías alucinógenas del pesado de Terry Gilliam, pero no deja de sorprender la necesidad del reto, por bien que salga y se lo pase el público más afín al universo del resacón en las Vegas y los rebobinados y aceleraciones en directo.

Mammón, inteligente desde el principio, desde el sustrato mítico e ideológico que le da sustento a su coartada escénica, llega pletórica a la meta gracias a Manel Sans y a Irene Escolar, fuerzas vivas nadando entre familiares estereotipos.

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