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Casas & Kuchaeva

Del salón en el ángulo oscuro

Natalia Kuchaeva y Susana Casas en el Alcázar.

Natalia Kuchaeva y Susana Casas en el Alcázar. / Actidea

El ciclo que las Noches del Alcázar dedican a Pauline Viardot no deja de mostrar que, aun sin salirse del ámbito del salón romántico, la obra como compositora de esta eximia parisina hija del sevillano Manuel García era de una extraordinaria variedad. Si bien Susana Casas y Natalia Kuchaeva tuvieron que recortar el repertorio sobre lo inicialmente previsto y ese recorte se llevó por delante dos canciones rusas, lo ofrecido incluyó algunos de sus famosos arreglos sobre mazurcas chopinianas, una singular canción española de ambientación medieval, dos pequeñas muestras de resonancias pastoriles, un aria de sus conocidas óperas de cámara, piezas pianísticas y arreglos vocales de una canción de su padre y de la famosa Serenata que entonces se pensaba de Haydn y hoy sabemos apócrifa (y posiblemente de Hofstetter). Una bella canción de Fauré, demasiado aislada en medio del resto del recital, y una más bien insufrible escena lírica con pretensiones orientalizantes del desconocido Edmond Membrée completaron programa.

Susana Casas tiene un bello timbre y una voz tersa, brillante, homogénea y cristalina que sube fácil al agudo y maneja con un fraseo de buen gusto. Al final tuvo un par de problemas en otros tantos filados, pero durante toda la noche buscó la expresividad a través del relieve en las dinámicas y determinados énfasis sobre palabras y gestos musicales concretos, que, aunque quedaron algo limitados por la uniformidad del color, resultaron efectivos sin ser nunca exagerados.

Se benefició del acompañamiento refinadísimo de Natalia Kuchaeva que en solitario tocó dos piezas de Viardot con gracia, sensibilidad, impecable articulación y fácil elocuencia. Un recital que pudo funcionar mucho mejor si la soprano sevillana no se hubiera empeñado en adornarlo con una cháchara innecesaria, prolija y, sobre todo, profundamente desarticulada, que no sólo provocó una falta de continuidad muy evidente entre las obras, sino una sensación de extrañamiento y frialdad en el incrédulo y pasmado espectador. Fue el ángulo oscuro de un recital luminoso.

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