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Crítica de Música

Suspiros de una Lisboa europea

Andan los portugueses desde mediados del siglo XVIII, como nosotros sus vecinos, en el empeño de engancharse al tren de Europa, y en el plano de la música la monarquía lusa dedicó entonces amplios recursos a incorporar al país la música moderna, que era en aquel tiempo la italiana. Los resultados fueron obras como las escuchadas anoche, las de los Almeida, Cordeiro da Silva o Avondano: sofisticadas, complejas, con resonancias de Gluck y plenamente homologables en estilo al preclasicismo centroeuropeo, aunque lejos de la genialidad de un Mozart, como evidenció la comparación directa con el dúo de Las bodas de Fígaro ofrecido como propina.

De semejante modo orquestas como la lisboeta Divino Sospiro, seguramente la más destacada del país en su especialidad, incorporan a este a la corriente de la interpretación historicista, y cuando menos con tanto acierto como entonces, aunque también con auxilio italiano: dirigida con gesto relajado por Mazzeo, su primer violín Bianchi (veterano de Il Giardino Armonico) lidera con riqueza de colores y mil recursos de arco una cuerda de calidad y muy conjuntada -más, dicho sea al paso, que la vestimenta del conjunto-, apoyada en unos vientos solventes.

El programa, compuesto por serenatas y oratorios casi operísticos, bien trabajado, fue defendido en la parte vocal por la vallisoletana Martín-Cartón, muy expresiva, clara en las agilidades y el texto, algo tirante en algún agudo y homogénea en el color -aunque algo débil en el registro más grave-, y por una Giuseppina Bridelli de bellísimo timbre, poderosa y muy sólida, aunque menos nítida en los pasajes rápidos y en la dicción. Tan cerca pero tan lejos Lisboa, hora es de que dejemos de dar la espalda a sus músicos, y vuelvan pronto.

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