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Crítica de Teatro

TCS: y la nave va...

Teatro Clásico de Sevilla en la propuesta que dirige Alfonso Zurro.

Teatro Clásico de Sevilla en la propuesta que dirige Alfonso Zurro. / juan carlos muñoz

Esta Luces de bohemia, que empieza por atrás y se muerde la cola, responde a lo irrepresentable del clásico moderno con arrojo y sobriedad. Quizás no había otra solución ahora que el desesperado diálogo presidiario entre Max Estrella y el trasunto de Mateo Morral no hace sino destapar la dimensión de la farsa bajo cuya melodía tragicómica repite España su historia. Al final, podría decirse, sólo quedan los actores, la comunidad de los intérpretes (su particular comunismo), para, como aquí, multiplicarse, agruparse, fundirse, relevarse, vampirizarse, para que crujan los maderos y la nocturna nave de los locos pueda seguir avanzando hasta el amanecer.

El esperpento valleinclanesco, según lo destilan Alfonso Zurro, Curt Allen Wilmer y Florencio Ortiz, busca su deformación y vuelo, su elevación desmitificadora, en un lugar a contracorriente del exceso. Paradojas de la obligada economía de medios, pero también el efecto, o así al menos lo parece, de huir de la fácil tentación grotesca e hiperbólica. Así, si las primeras y últimas escenas, delicados sketches en los que el juego de luces y el polivalente mobiliario recuerdan el solitario naufragio de los restos de humanidad caros a Beckett, el núcleo de este neodantesco viaje a los infiernos de Don Latino de Hispalis y Max Estrella descansa en el contraste entre el país-escenario arrasado y la ambigua intimidad que gestionan estos peones a medio caer.

A ello ayuda la comuna de la que hablábamos; excelente grupo de actores -sujeto por otras reglas y fuerzas magnéticas- que coronan un inmenso Roberto Quintana dando vida a un Max de estampa quijotesca (y por tanto doble ceguera visionaria) y su infiel escudero, Manuel Monteagudo como intemporal Don Latino, puede que el reflejo deformado, o espejo deformante, al que más gusto le hemos cogido los españoles.

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