Fiel a su naturaleza y a su estilo, Taller Sonoro presentó en el Teatro Central un programa complejo y exigente que reunía cinco obras compuestas entre 1991 y 2016 que parecían coincidir en algunos elementos, fundamentalmente en la exploración de la tímbrica desde planteamientos no siempre convencionales.

La relación de los cinco compositores convocados (todos vivos salvo el prematuramente desaparecido Romitelli) con el Ircam parisino parece marcar en efecto esta preocupación por la articulación del puro sonido y sus diferentes texturas.

En Arcipielago Mobius (2004), Fedele propone un recorrido exhaustivo por los timbres y los registros de los cuatro instrumentos (clarinete, violín, violonchelo y contrabajo), que mezcla en todo tipo de combinaciones jugando con ideas cíclicas y discontinuidades. Mauro Lanza se mueve con Tutto cio che e solido si dissolve nell aira (2016) en los límites del sonido, un poco a lo Sciarrino. Es una obra leve, apoyada en la repetición obsesiva de pequeñas cédulas que no se desarrollan nunca y que terminan haciéndola casi hipnótica. Con Treibstoff (1995), Carola Bauckholt parece insistir en ese ejercicio, tan de Lachenmann, de hacer música concreta con los instrumentos. El ruido, producido de formas muy diversas, busca encontrarse con la tímbrica extrema de los instrumentos en una obra a la que no falta sentido del humor (esa patata cayendo en un recipiente de agua como acorde conclusivo).

Las dos últimas obras del programa incorporaban electrónica: Morphallaxis (2008) de Kokoras en una mezcla casi indistinguible de sonidos pregrabados y producidos en vivo movidos como una sola masa fluctuante; La Sabbia dil Tempo, del entonces joven Romitelli (la obra es de 1991) en su buscada artificiosidad de efectos distorsionantes.

Adaptándose a la perfección a la naturaleza proteica del programa propuesto,Taller Sonoro mostró una gran plasticidad y una admirable capacidad de concentración para terminar brindando una de sus más convincentes actuaciones de los últimos años.